martes, 26 de mayo de 2009

Viaje a la libertad

Viaje a la libertad

L

as ametralladoras tabletearon toda la noche.

Los desdichados permanecían ocultos en una zanja llena de barro maloliente; huían del horror, de la muerte. Un joven matrimonio, sus dos niños y el anciano, caminaron dos días bajo una intensa nevada. El abuelo avanzaba con lentitud, las muletas se hundían en el lodo, dificultando la marcha. Con el corazón galopando como un potro desbocado, se acercaron a Montreux-Vieux, destino escogido por la familia. Desde allí se veía el pueblo.

La “Línea Maginot”[1] vigilaba celosamente la frontera, prestando ayuda a miles de refugiados; del otro lado estarían a salvo.

A media noche amainó la tormenta. Comieron lo último que tenían -unos trocitos de chocolate- y durmieron un par de horas.

Amanecía; era el momento; en minutos llegaría la primera patrulla alemana y luego sería imposible cruzar. El viejo, salió reptando de la zanja.

-¡Vamos, vamos a la libertad! -su grito vibró en el aire de la gélida mañana. Aprovechando la pronunciada pendiente del terreno, puso todas sus energías en el impulso y pasó velozmente bajo la alambrada. Los demás lo imitaron.

Limpiándose los arañazos producidos por las púas del alambre espinoso, besó el suelo francés gritando entre sollozos: “¡Libres! ¡Gracias a Dios! ¡Libres!”

Del otro lado, implacable, la guerra. La incomprensión y el odio elevados a su máximo exponente.



[1]/ Línea Maginot: sistema de fortificaciones defensivas construidas en el noreste de Francia durante la década de 1930; recibió tal denominación en honor del ministro de Guerra francés André Maginot; que fue quien la propuso e instaló. Nota del Autor.

Un caso extraño

Un caso extraño

N

unca quise referir esta historia, ahora verán el motivo. En cierta oportunidad me aconteció algo realmente extraño, por cuya causa viví momentos de intenso desasosiego; de pronto, la solución –como sucede la mayoría de las veces- llegó de manera fortuita.

Hace dos años, en pleno invierno, realicé un viaje hasta la estancia "El Zorro" (casi olvido decir que poseo un pequeño camión). Partí a media mañana, con bastante desconfianza a causa del tiempo, lloviznaba y tendía a empeorar; me preocupaba el estado de los caminos, cuando caen cuatro gotas se tornan intransitables.

El agua no aflojó en momento alguno; por suerte descargamos sin problemas en un enorme galpón y emprendí el regreso como a las diez de la noche; desoyendo la invitación y los consejos del encargado respecto a pernoctar en la estancia. Muy cordialmente ofreció alojarme y yo –con delicadeza, para no ofender su espíritu solidario-, rehusé agradecido. Justifiqué mi apuro alegando un compromiso, inexistente, desde luego.

Apenas salí del campo comprendí que la cosa no iba a ser fácil; se formaron muchos charcos, y los que encontré al venir crecieron hasta alcanzar dimensiones sobresalientes. Pensé regresar y aceptar la hospitalidad ofrecida, pero el amor propio y la dificultad de maniobrar para pegar la vuelta en esa calle tan angosta, lo impedían. Por lo tanto, a marcha muy lenta -al tranco, como quien dice- continué el penoso avance. Recorrí un buen tramo y de pronto las luces dieron dos o tres parpadeos, “lo único que faltaba” -me dije; la idea de pasar la noche en aquellos andurriales no me seducía en absoluto. Proseguí la marcha y como la falla no se repetía, suspiré aliviado.

-¡Ah, forcito viejo, nomás, sos de fierro!, -solté eufórico; haciendo honor a la nobleza del camoncito, que luchaba arrastrándose, mientras el granizo golpeaba fieramente y el fuerte viento del norte intentaba detenerlo.

-¡Vamos, hermano, vamos…! -El grito de entusiasmo murió en mis labios. ¡Quedé sumido en la oscuridad! Accioné varias veces la llave, por si estaba ahí la falla, toqué los fusibles bajo el tablero; nada, todo normal. Tomé la linterna, descendí y miré las luces de estacionamiento; por supuesto, apagadas. La linterna estaba casi sin pilas, menos mal que el granizo había cesado; pero llover, llovía, y mucho, en pocos minutos estuve empapado.

-Encima… ¡Sobre llovido, mojado, qué suerte perra!, -dije en voz alta, como si pudiese escucharme alguien.

Revisé los fusibles con más atención, todo parecía normal; toqué unos cables debajo del tablero -podía haber uno suelto-, se produjo un fuerte chispazo y por poco me quemo los dedos. “Dormiré acá, y sin comer -pensé resignado-, de día será otra cosa”.

-¡Eh, don, abajesé[1], venga...! –Pegué un salto, miré hacia mi derecha (de ahí provenía la voz) y vi una lucecita-. Acá tiene un lugar seco y abrigao, además hay comida calientita, ¡venga, venga!

-¡Ya voy, don, enseguida! -bajé con la linterna y una llave, retiré un borne de la batería (por las dudas) y me dirigí hacia la lucecita y el paisano.

-Buenas noches...

- No tan güenas... ¡Qué tormentita, eh!

- La verdad, bastante brava.

-Pase. -Así lo hice, el ranchito era de adobe, pero confortable; en un rincón, sobre el piso de tierra, ardían varios troncos.

A primera vista parecía un buen hombre: de complexión robusta y cutis blanco, usaba barba y bigote cuidadosamente recortados; se movía con rapidez a pesar de los años (calculé que andaría por los setenta y tantos). Retiró carne de una fiambrera, preparó un cuarto de cordero y lo puso en la parrilla sobre las brasas. Me saqué la campera y la camisa y junto al fuego entré en calor enseguida.

-Pa´ entonar la garganta –dijo, ofreciéndome el primer amargo. La carne comenzó a chirriar y despedía un olorcito tentador (pensé que los asados en el campo tienen otro aroma y un sabor especial); si hasta el humo es diferente.

-Perdone la falta vino, no tomo hace años…

-No hay problema –respondí. El cordero estaba exquisito, a pesar de no contar con vino ni pan (lo último no lo mencionó mi anfitrión y evité comentarlo por cortesía).

Él no cenó, claro, eran más de las dos de la mañana; yo venía sin probar bocado desde el mediodía; por eso estaba “más bueno todavía” el asado. Comenzamos a charlar de una cosa y la otra hasta que tocamos un tema que siempre me apasionó.

-Y sí, acá cerca está la tapera del boliche "Las Cuevas"; del último, me parece.

-¡Ajá! En realidá,[2] quedaba algunas cuadras más pa´l naciente -dijo el viejo-, era “suterráneo”; bajo tierra, usté me entiende -asentí con la cabeza, no deseaba interrumpir su narración-, en una lagunita cercana siempre se veían caballos pastando, en ocasiones maniaos, otras veces al cuidao de algún soldao o de un paisano, asigún si los dueños eran melicos o troperos. –Lo miré fascinado, sin pestañear siquiera, en trance-. Los pampas vichaban el asunto hasta que una ocasión vieron al bolichero llenando dos cubos de agua; luego tomó un rumbo como pa´l sur desde la lagunita y lo perdieron de vista. El muy ladino tenía el negocio bajo tierra; al bajar, desde la escalera nomás corría una madera cubierta de pastos y así “cerraba” el boliche. Los indinos[3] siguieron montando rigurosa guardia y un día descubrieron el “pastel”[4]. Cuando el pulpero bajó comenzaron a echar tierra en “la cueva” hasta cubrirla; sepultaron vivos a parroquianos y bolichero. ¿Sabía esta historia?

-Se la escuché a mi abuelo, pero con menos detalles –respondí-. Me gustaría conocerla bien. El Boliche “Las Cuevas” o de “Martín Arca”[5] hizo historia. Hoy sólo queda la leyenda. Dicen que los días de fiesta casi siempre terminaban con uno o varios muertos...

-¡No, joven! No crea todo lo que cuentan, hay mucha fantasía, cada cual le va agregando o quitando algo a la historia, hasta cambiarla por completo.

-Sin embargo, hace unos años araron una parte del campo todavía virgen y encontraron varios cuerpos sepultados a poca profundidad, uno al lado de otro...

- ¡Sí! Posiblemente de cuando vino la peste. Los paisanos morían como moscas. Hasta “Ño Juan Maldonao”, un güen hombre, muy servicial, el mejor reserola zona; cayó vítima e´ la maldita plaga. ¡Peste mierda…! Perdonemé usté la palabreja.

-¡Por favor…! –Cuando iba a encender un cigarrillo en el fuego mi anfitrión me alcanzó un antiguo "yesquero" (una verdadera reliquia que funcionaba perfectamente), lo usé y al intentar devolvérselo, dijo:

-No, amigo, dejeló, se lo regalo, lleveló como recuerdo. Lástima que no tengo más yerba, usté a lo mejor quisiera golver a yerbiar, yo hace añares que no fumo ni tomo mate. “Se lo habrá prohibido el médico” -supuse.

-Diga, don, usted debe conocer bastante sobre Martín Arca y su historia... –Yo ansiaba retomar el tema.

-Martín Arca... ¡Ah…! Ése no era su verdadero nombre; pero no viene al caso… ¡Martín Arca…! ¡Claro que lo conocí!

Me dispuse a escuchar la historia, sabrosa, intrigante.

-Lástima, ¿sabe?, es medio tarde, dejaremos la cuestión pa´ otro momento –miré con disimulo el reloj, las cuatro de la mañana-, ¿necesita que lo recuerde[6] en algún horario, don?

-No, total voy sin apuro, gracias.

Preparó un catre, el único que había, me lo señaló y él se tendió cerca del fuego sobre unos cueros de oveja.

-¡No, la cama es suya! ¡Déjeme, dormiré ahí!

-¡Faltaba más, usté es mi invitao!, además, ese catre no lo he usao por años. Que descanse.

-Gracias, igualmente. -Quedé sumido en mis cavilaciones. “¿Será de fiar este paisano, o intentará robarme una vez dormido?” ¡Cuán ruin es el ser humano! Me brindaba lo poco que tenía y yo, en vez de sentirme agradecido, pensaba estupideces.

Me levanté como a las nueve y media, parecía de noche, una espesa niebla cubría el paisaje. Salí del rancho y busqué a mi anfitrión para despedirme, no lo vi por lado alguno; tampoco hallé rastros del perro que dormía junto a él, pensé: “Habrá salido a cazar algún bicho”. Hice bocina con las manos y grité varias veces llamándolo, esperé un rato y al ver que no aparecía, conecté la batería y puse en marcha el camión (ahora funcionaba todo sin contratiempos). Con el mejor de los ánimos, reemprendí el interrumpido regreso.

Había marchado pocos metros y el rancho desapareció como por encanto, “¡claro, la intensa neblina lo tapa!” -colegí. Por si deseaba volver un día, estudié los alrededores para orientarme

Volví al trajín de la vida… viajes y más viajes. Dos meses después, aprovechando un hermoso domingo de sol, salí en el coche con mi esposa, la nena de seis años y el pibe de catorce; visitaríamos al viejo criollo para agradecer sus atenciones. Mi señora llevaba una torta y lo necesario para preparar un exquisito chocolate; por supuesto, antes disfrutaríamos de un regio asado.

Llegamos al lugar donde -de acuerdo a mis cálculos- estaba el rancho; sin embargo, no aparecía. Recorrimos un tramo más por si había algún error, nada; retrocedimos varios kilómetros, lo mismo; parecía habérselo tragado la tierra. Al interrogar a un paisanito que pasaba arreando unos terneros, me miró sorprendido.

-¿Rancho… por acá? ¡No, ninguno! -le expliqué, sin entrar en mayores detalles-, pa´ mí con la tormenta se confundió de camino, salió pa´l otro lao y agarró una calle muy parecida a ésta, seguro.

Le agradecí y siguió con su tarea.

“Después del rancho, pasé la curva, junto a la laguna “La Escondida" y frente a la tranquera de la estancia y luego doblé hacia el norte, por la calle larga…” –iba rehaciendo el trayecto.

La cosa quedó en el misterio y me tuvo medio turulato durante días; más pensaba en lo ocurrido y mayor era mi confusión.

La verdad fue tanto o más desconcertante que el enigma en sí.

Falleció el padre de un amigo y, como corresponde, fui a acompañar sus restos. Según mi costumbre, di una vuelta por el cementerio. Recorrí los pasillos sin apuro; “la muerte no tiene tiempos ni prisas” -pensé. De pronto, el corazón me dio un vuelco.

Allí, donde menos podía imaginar, estaba. Me acerqué, despacito, muy despacito; como temeroso. Sí, era el mismo paisano, el viejito que me hospedase tan solícito esa noche de lluvia.

Leí la placa: Juan Olegario Maldonado, resero y sostén del necesitado. (1912-1961)

¡Llevaba fallecido muchos años…! ¿Cómo podía ser…?

Certificándome a mí mismo la veracidad del episodio, colgado del espejito del camión, mudo e indiscutible testigo, el precioso “yesquero”, aún hoy, continúa columpiándose graciosamente.



[1]/ Abajesé: Por bájese; modismo muy usual entre los criollos. Sucede igual con “güeno”, lao, etc. N. /A.

[2]/ Realidá: Por “realidad”. Una de tantas deformaciones fonéticas muy comunes en la campaña. N. /A.

[3]/ Indinos: Barbarismo por “indignos”, aludiendo a la crueldad de los aborígenes. N. /A.

[4]/ Descubrir el “pastel”: Descubrir el engaño, la trampa. N. /A.

[5]/ La “Leyenda del Boliche Las Cuevas”, escrita por el autor, se encuentra en la Universidad Nacional de Río Cuarto, entre las Historias y Leyendas de la Provincia de Córdoba. N. /A.

[6]/… que lo “recuerde”. Recordar, término usado en vez de “llamar” o “despertar”. N. /A.

Transmutaciones

Transmutaciones

E

l sujeto avanzó tomando infinitas precauciones, parecía ignorar dónde se encontraba, o al menos, era escaso su conocimiento de esa geografía. Recorrió diversas dependencias de la finca: gallineros, corrales, establos, cochera, y por último, ya en la vivienda; se acodó en una ventana para observar hacia el interior con sumo interés.

La familia, reunida en torno a la mesa, miraba por televisión un capítulo de "Viaje a las Estrellas". Ante la aparición de varias naves espaciales, el observador soltó un agudo chillido, provocando la reacción de dos enormes dogos que acudieron ladrando, y gruñendo amenazantes; arremetían ciegos de furia.

Las imágenes de la pantalla ejercían una especial atracción sobre el desconocido. Haciendo caso omiso de los perros, repitió el chillido con mayor intensidad, contemplando cómo un grupo de "extraterrestres" avanzaba decidido, en actitud desafiante. Los dentados guardianes, enloquecidos, amenazaban con atacar al curioso, mas sin llegar hasta él. Causaron tanto alboroto que el dueño de casa salió con la escopeta acompañado por el mayor de sus hijos provisto de una poderosa linterna. Llamaron a los animales y acariciándolos, lograron tranquilizarlos.

-Andará alguna comadreja u otro bicho -comentó el padre, regresando a la casa.

Reanudaron la cena, el curioso entrometido seguía espiando cada movimiento, perdida enteramente la noción de tiempo y espacio, interesado tan sólo en ver la serie; lo volvió a la realidad el silbido proveniente de un pequeño aparatito que llevaba colgado del cuello, presionó una tecla y el insistente sonido cesó.

“Debo regresar” -pensó, y emprendió veloz carrera, provocando una nueva acometida de los canes que, a los pocos metros, enfurruñados, abandonaron la persecución.

Corrió desesperado, temiendo llegar tarde; debía transponer un pequeño montículo, faltaba muy poco; de pronto tropezó y empezó a rodar por la pendiente. En la vertiginosa caída golpeó una y otra vez con la cabeza contra los guijarros, llegó hasta el fondo de una profunda hondonada y quedó inmóvil, tendido en la oscuridad.

Sus compañeros realizaron reiteradas llamadas, al no tener respuesta lo buscaron infructuosamente durante algún tiempo; la mayor dificultad que enfrentaban era el total desconocimiento del terreno. Tras varias tentativas, desalentados por el fracaso, desistieron.

Llevaban varios días en la zona, pero a causa del mal tiempo prácticamente no se habían movido del campamento.

Como era la última jornada decidieron disfrutarla a pleno y marcharon al amanecer hasta el sitio elegido, realmente maravilloso; un recodo del río Colorado de singular belleza, muy apropiado para los juegos acuáticos.

Confirmando las predicciones, el día se presentó maravilloso.

Conocían el paraje, cerca de Tinogasta; en él instalaron dos años atrás sus tiendas de campaña, cosa que ahora impidiera el clima. Representaba un gran riesgo acampar allí en época de lluvias, el río aumentaba su caudal y se embravecía con demasiada rapidez.

Como alumnos aventajados de Geología, sabían de sobra los desastres que puede causar una súbita creciente, o cualquier otro elemento natural fuera de control.

El agua estaba en calma, invitándolos a gozar de su suave caricia; hoy podrían bañarse y jugar sin inconvenientes. El Colorado parecía aguardarlos, como si fuesen viejos amigos -los muchachos pensaban que así era-, guardaban muy buenos recuerdos de la anterior visita, más de veinte días "conviviendo" no eran para echar al olvido.

Rápidamente los juegos se generalizaron con la consiguiente algarabía: gritos, exclamaciones de alegría, cánticos y silbidos; se estaban resarciendo con creces de las recientes penurias pasadas durante el temporal.

Por la tarde, siguiendo una vieja costumbre, recogían piedras y semillas y tomaban fotografías desde todos los ángulos, como si cada uno quisiera llevarse lo mejor del magnífico paisaje.

La jornada transcurría en forma apacible... De pronto, Iván, el "fotógrafo" del grupo quedó envarado, como petrificado.

-¿Qué te pasa?

-Nada... Lucas... nada.

-Sin embargo, estás pálido -manifestó Ángel-, parecés un muerto.

-Vengan, les voy a indicar de qué se trata.

Se acercaron e Iván señaló con el dedo una gran piedra con la forma de una montura, una enorme y hermosa montura.

-Y… ¿qué les parece?

-Una piedra -respondió Ángel-, parece la montura de un gigante; ¿por qué, qué tiene de raro, salvo esa forma tan original?

-¡Antes no estaba! ¡Eso tiene de raro! ¿Te parece poco?

-Vos estás loco... ¿de dónde salió, eh...?

-En el viaje anterior saqué varias fotografías desde acá a los chicos bañándose y ahora esa bendita piedra me los tapa...

-¡Hum! ¿No habrás tomado de más?

-¡Avisá! Sabés de sobra que no "chupo" ni en los asados.

Sus amigos echaron la cosa a risa, haciéndole algunas bromas y pasado un rato retomaron el ritmo normal.

Llegó jadeante y vio a la nave suspendida en el espacio. Emprendía el regreso.

-¡Esperen, no me dejen! -su voz sonaba angustiada en el diminuto parlante.

-No podemos interrumpir el programa, desde el inicio de la expedición está todo rigurosamente controlado y es imposible alterar las condiciones preestablecidas.

-Y ahora, ¿qué pasará?

-Piensa intensamente en el objeto que más llamó tu atención, el resto queda a nuestro cargo, tenemos ya muchos de nuestros navegantes esperando en este planeta en iguales condiciones, oportunamente vendremos a rescatarlos.

-¿Puedo elegir, entonces...?

-Con total libertad, te crearemos con un tamaño gigantesco para que no te cambien de lugar; aquí, en Capilla del Monte, quedarás esperando, y aquí te encontraremos.

-¿Todo listo?

-Sí, estoy preparado.

Desde el platillo, un haz luminoso se proyectó sobre el malogrado explorador; en pocos segundos, la nave, rodeada de un intenso resplandor, se perdió; pasó a ocupar otra dimensión.

El pasajero abandonado también desapareció y surgida de la nada quedó en su lugar una colosal escultura pétrea con la forma de un zapato. ¡Un inmenso zapato!

Una vez más, la "transmutación" se había cumplido sin inconvenientes.

En La Plata un joven estudiante de Geología miraba y remiraba intrigado las dos fotografías. ¡Eran casi idénticas!

¡Casi, casi idénticas...! ¡A no ser por...!

Seguro de vida

Seguro de vida

1 De regreso

L

os periodistas aguardaban en la sala VIP del aeropuerto.

Con su habitual cortesía, Rafael Guerra, brindaba al regresar una conferencia de prensa.

-Señores –comenzó el viejo investigador-, conocí a un excelente artista plástico y estoy ansioso por mostrárselo al mundo.

-De “La voz de la Ciudad” –un joven, de rostro pálido, micrófono en mano, se adelantó un paso-. ¿Dónde está ese genio?

-Recluido en una remota isla del Pacífico, dedicado por entero a darle colorido y belleza a la vida. Traigo un par de obras suyas excelentes para exponerlas en breve en una importante galería.

Agregó que su amigo realizaría próximamente una serie de muestras y posiblemente se estableciese definitivamente entre ellos.

La noticia cobró estado público: radio, televisión y medios gráficos se encargaron de ello y el ex policía no escatimó lugar ni momento para hablar del “pintor de la isla”, como lo denominaban.

Guerra pasó su vida en la policía, llegando a ocupar el cargo máximo de la fuerza. Años después de jubilarse, al fallecer su esposa, decidió retirarse y fundó una compañía de investigaciones, dotándola de los últimos adelantos científicos y reclutando los mejores elementos humanos. Para ello convenció e incorporó a Edgardo de la Riestra, subalterno suyo, joven oficial de grandes capacidades deductivas, sin duda el mejor que había conocido en su larga carrera profesional.

Varios años después, al verlo tan entusiasta y dispuesto, le dio participación como socio al cincuenta por ciento, otorgándole amplios poderes, y a partir de ahí todo pasaba por él. Un buen día Rafael, cansado de la rutina, resolvió abandonar definitivamente la compañía y cedió su parte al joven. Así, de la noche a la mañana, como quien dice, Edgardo pasó a ser el único titular y director de la agencia.

Cuando el viejo comisario partió a recorrer el mundo, surgieron ciertos rumores indicando su descalabro financiero; otros, por el contrario, le adjudicaban un capital exorbitante, poco concordante con sus ingresos. Y ahora, tras más de diez meses recorriendo el globo, regresaba feliz y contento.

2 El artista

Al fin llegó “el pintor de la isla”. Aunque intentaba mostrarse simpático y deseoso de agradar, parecía retraído, como inmerso en un estado de continua meditación.

Al ser interrogado por los periodistas, las respuestas fueron escuetas, medidas, sin comentarios o agregados. No obstante su afabilidad, los presentes tuvieron la sensación de que intentaba terminar el acto cuanto antes. Algo natural, si tenían en cuenta el prolongado viaje realizado. Posiblemente esa aparente indolencia fuese producto de la fatiga.

Llevaban algunos minutos registrando sus declaraciones cuando llamaron al viajero; debía verificar varios bultos a su nombre, rotulados: ¡PRECAUCIÓN! ¡OBRAS DE ARTE! ¡MUY FRÁGIL!

Apenas se retiró recibieron en la mesa coordinadora de prensa una llamada del ex comisario excusándose, un problema de tránsito le impedía llegar al aeropuerto.

El recién llegado se mostró sorprendido y contrariado; luego, moviendo la cabeza con resignación, prosiguió atendiendo a los reporteros.

3 La muestra

Trabajaron a un ritmo vertiginoso. Cada cual aportaba lo suyo Tan pronto el viejo policía aparecía por televisión, como Furiol Yamihara, el artista plástico, era asediado por un enjambre de fotógrafos.

La ciudad y el país dieron en hablar del notable pintor, anticipando con sus comentarios la inminente exposición. Programada y organizada con una pasión y entusiasmo pocas veces vistos, se generó una enorme expectativa. Cada detalle era minuciosamente estudiado y resuelto, para evitar sobresaltos e improvisaciones.

La dinámica de las actividades imponía una velocidad y esfuerzos excesivos, no permitiéndoles compartir entrevistas o reuniones. Para cumplir con los múltiples compromisos se vieron en figurillas, debiendo separarse y trabajar en forma simultánea. Así, a un ritmo frenético, arribaron a la fecha clave.

Sin embargo, un contratiempo torció sus planes, faltando dos días para el evento. Como consecuencia del remojón sufrido una tarde lluviosa, Rafael cayó en cama, impidiéndole estar en la apertura de la exposición. Su amigo, en el discurso inaugural, tuvo palabras muy elogiosas para él y le deseó un pronto restablecimiento.

La muestra resultó exitosa y en su transcurso se concretaron interesantes ventas, permitiendo a la vez al artista efectuar importantísimos contactos con colegas, críticos y personalidades destacadas del Arte y las Ciencias.

Lamentablemente, Rafael sufrió una serie de complicaciones y permaneció en reposo durante el desarrollo de la misma; debiendo conformarse con observar los distintos pasajes emitidos por televisión.

4 Celebraciones

Por fin, tras la reclusión obligada impuesta por una bronconeumonía, el viejo comisario pudo volver a la calle. Otra vez, mientras Yamihara desfilaba ante las cámaras y concedía entrevistas a los medios, él ponderaba las virtudes de su amigo en las altas esferas de la sociedad, círculo en el que se movía hacía años con la misma soltura y habilidad del pez en el agua.

Una madrugada llegó Guerra con su automóvil ante el restaurante más elegante de la ciudad, donde los efectivos policiales festejaban su día.

Aun después de su retiro, seguían considerándolo el jefe, en todo momento lo nombraban así y obedecían sus sugerencias, como si realmente continuase al mando. Al detener el vehículo aparecieron varios oficiales de alta graduación, invitándolo a entrar y compartir un brindis.

-Lo haría de mil amores, pero, ¡fíjense en el asiento trasero! -Lo hicieron y vieron un bulto cubierto por una manta-. Mi amigo tomó en exceso y se siente mal, por suerte está dormido. Lo siento. Sigan festejando. Buenas noches -tras esta disculpa, puso en marcha el automóvil y partió.

5 Secuestrado

En la tarde siguiente Rafael se presentó en la Jefatura de Policía. La noticia cayó como una bomba. Furiol había desaparecido.

-Salió en mi automóvil, adujo una cita con una dama, ignoro adónde pensaba ir.

Con estas palabras el ex jefe expuso el caso. Inmediatamente irradiaron mensajes a las distintas reparticiones y dependencias, estableciendo un riguroso control, un “operativo cerrojo”[1] en carreteras y aeropuertos, contemplando la posibilidad de un secuestro y posterior traslado de la víctima.

Rafael se instaló en la Jefatura, convirtiéndose automáticamente en el jefe de las operaciones. Aun con la reserva impuesta, la noticia trascendió y, como era de prever, los periodistas se trenzaron en dura competencia procurando información.

En pocos días se conocieron vida y milagros del famoso pintor, la mayoría de las veces a través de las declaraciones de Guerra, quien desplegó una intensa actividad, lanzado de lleno a la tarea investigativa; según la prensa, “como en sus mejores épocas”.

Transcurrida una semana sin novedades, una noche recibieron la primera llamada de los secuestradores; exigían un abultado rescate a cambio de la devolución con vida del artista plástico.

Enterado el comisario Guerra, manifestó que estaba dispuesto a pagar, si tenía una prueba fehaciente de la salud de su amigo, condición indispensable para continuar las negociaciones.

Desde ahí, la investigación murió. Las detenciones y allanamientos llevados a cabo no dieron resultado y comenzó a circular cada vez con mayor insistencia el rumor de que Yamihara habría sido ejecutado.

Se creó una comisión especial integrada por los mejores elementos y bajo las órdenes del antiguo jefe se dedicó en exclusiva al resonante caso.

Salían a recorrer la ciudad, más como un movimiento desesperado, librado al azar, que como un operativo táctico organizado. Divididos en grupos, hacían ostentación de fuerza, pretendiendo imponer la idea de un plan meticulosamente concebido, cuando en realidad iban con la esperanza puesta en un par de soplones que brindaban información a cambio de dinero. Muchas veces, a través de éstos se lograron datos interesantes, permitiendo esclarecer hechos aparentemente insolubles.

Rafael se apartó y comenzó a visitar pequeños negocios, la mayoría de ellos tugurios dedicados a levantar apuestas clandestinas y otras actividades similares.

Recorrió uno tras otro esos sitios tan conocidos por él. Allí, casi siempre, terminaba encontrando un informante.

Los delincuentes establecieron un nuevo contacto, poniendo al habla a Furiol para que cambiase unas palabras con su amigo y lo persuadiera de pagar. Lamentablemente, Guerra había salido poco antes con una patrulla.

6 El seguro

Un año después, el caso se enfrió, pasando casi al olvido.

Sin embargo, la situación comenzó a mostrar un cariz distinto. Al misterio existente sobre el paradero del pintor se sumó la investigación promovida por una importante compañía aseguradora. Edgardo de la Riestra, contratado para dilucidar el caso, se abocó de inmediato a estudiar todos los pormenores. En pocos meses, de acuerdo al contrato existente entre la aseguradora, Furiol y Guerra, el primero sería dado por muerto, y como consecuencia, el ex policía percibiría en concepto indemnizatorio una cifra varias veces millonaria. Ambos habían celebrado convenios similares y eran recíprocamente beneficiarios exclusivos.

Edgardo trabajaba a destajo, de no hallar la solución pronto, su amigo y antiguo jefe cobraría el monto de la prima y él perdería sus honorarios.

Según lo pactado, recibiría una suma importante si aclaraba las cosas satisfaciendo los intereses del cliente; de fracasar, no vería un céntimo.

Lamentaba, eso sí, tener que enfrentar e investigar a quien estimaba y de quien había aprendido tanto, a través de sus enseñanzas y ejemplos. El jefe Rafael. Un ser íntegro, desinteresado, honrado a carta cabal. ¡Excepcional! Casi su padre. El mejor hombre que había conocido.

7 La investigación

Comprendió que se encontraba en un callejón sin salida. No tenía de dónde asirse para empezar. La tarea se presentaba sumamente ardua. Le ocurrió igual en otras ocasiones, pero a poco de andar apareció un indicio, un leve resquicio en la historia que permitió ir armando el rompecabezas, esta vez era diferente.

Accedió a una serie de objetos personales de Yamihara: pasaporte, tarjetas de crédito, resúmenes bancarios, correspondencia, fotografías, etc. Los estudió concienzudamente sin encontrar nada que pudiese orientar sus pasos. Tenía la plena convicción de enfrentar el caso más difícil de su carrera. E intuía también que la solución era simple y estaba a la vista. De tan obvia, pasaba ante ella sin advertirla; le faltaba abrir bien los ojos y mirar en la dirección correcta. Este pensamiento lo obsesionaba y no debía ni deseaba descartarlo, rara vez se equivocaba.

8 El asesinato

No podía dar crédito a sus ojos. Allí, en la oscuridad de la noche, se veía perfectamente cómo él arrojaba al río el cuerpo de Furiol.

-¡No! ¡No puede ser! ¡Es una impostura, una verdadera infamia!

Su acento desesperado sonaba convincente. Sin embargo, la pantalla mostraba el hecho en todos sus detalles. Hasta la matrícula y el color del coche se distinguían claramente. No existía la menor duda, Rafael era el asesino de Yamihara. El vídeo lo atestiguaba.

-Esta película fue lograda por un muchacho que paseaba a la orilla del agua. Creyó ver algo raro y dedicó su tiempo y su cámara a registrarlo.

-Sigo sosteniendo que es una burda farsa, una vulgar patraña -respondió el viejo policía, indignado-, me extraña de ti, Edgardo, el discípulo más sobresaliente que tuve, recurriendo a estos sucios trucos para salvar tu ineficiencia, me sorprendes mucho. Jamás lo habría imaginado. Tu falta de capacidad te llevará por mal camino. ¡Quién lo hubiese dicho! ¡Nunca hallarán el cadáver; ni tú, ni nadie! ¿Sabes por qué? ¡Porque no existe…!

Ante tan indignada y enérgica protesta, Edgardo masculló unas palabras ininteligibles, excusándose, y salió de la sala.

Camino a la oficina barajaba mil conjeturas e hipótesis, a cual más descabellada. La filmación, hecha con todo detalle por un par de artistas profesionales contratados por él no había arrojado el resultado apetecido. Rafael era inocente, ¿o se trataba de un consumado simulador, capaz de sostener su fingida inocencia hasta las últimas consecuencias? Pensó al idear el asunto que ante esas imágenes tan claras y contundentes, se desmoronaría, acabando por confesar el crimen. Subestimó al maestro, le quedaba mucho por aprender de él.

9 Sin salida

Cada día transcurrido era un paso más hacia el final, el tiempo expiraba; dentro de poco Guerra reclamaría un dinero que… incuestionablemente, le pertenecía.

Edgardo se desesperaba, la punta del hilo no aparecía, las cosas estaban más embrolladas que al comienzo de la investigación, si podía llamarse así a esa lamentable pérdida de tiempo. El caso volvió a adquirir inusitada notoriedad en la opinión pública, estimulada por la prensa, que no tenía otro tema en las últimas semanas.

El joven detective resolvió rehacer los pasos, comenzar de cero. Sabía que estaba pasando por alto un detalle o una serie de ellos, simples, insignificantes, pero fundamentales para esclarecer el enigma. Dispuesto a no distraerse con datos o informaciones de terceros, que inevitablemente volverían a llevarlo a un callejón sin salida, repasó todas y cada una de las palabras, documentos, fotografías y cuanto papel, conversación, grabación o programa tuviese relación, directa o indirecta con el caso y sus protagonistas. Prestó especial cuidado a las entrevistas, los múltiples reportajes realizados a uno y otro. Su cerebro fue registrando un enorme caudal de detalles, tratando de ensamblarlos uno a uno, como las piezas de un intrincado rompecabezas.

10 Un nuevo camino

Guerra declaró públicamente haber recibido llamados intimidatorios, exigiéndole se declarase culpable del homicidio; agregó que mal podía hacerlo, toda vez que era inocente y desde la lamentable desaparición de su amigo él pasó a ser otra víctima y la inmensa mayoría de la sociedad, su verdugo.

Una de tantas madrugadas encontró al joven investigador; exhausto, decidido a claudicar, cuando de pronto su semblante reflejó la luz de una sonrisa, síntoma inconfundible de que avizoraba el buen camino y el inminente desenlace de la complicada trama. “¡Qué ingenioso! –pensó- jamás se me hubiese ocurrido”.

A partir de ahí redobló sus esfuerzos, ahora disponía de elementos para trabajar y disipadas las tinieblas, la certeza de resolver el misterioso asunto le daba nuevas energías. Pisaba terreno firme, estaba segurísimo. Fue acumulando evidencia sobre evidencia y libre de la venda que cubría sus ojos al comienzo, vislumbró la historia en toda su magnitud. Sólo una mente brillante -diabólicamente brillante- pudo imaginar y organizar con tanta perfección cada detalle.

Estudió el pasaporte de Furiol, piedra fundamental de la investigación, y soltó una estentórea carcajada. “¡Descubrí la treta…! Si seré idiota –rió con ganas-, estando la evidencia ante mis ojos… ¡Cuánto me costó verla!

11 El antídoto

Multiplicó las horas dedicadas al asunto, tenía las cartas de triunfo en las manos y las usaría ventajosamente. Preparó la última jugada, contando con la participación de los mismos artistas que simularan el asesinato. Desarrolló un plan meticuloso, ¡perfecto! Tenía la partida ganada.

El factor sorpresa era fundamental, no podía fallar. Lo inesperado siempre impacta y esta vez no sería la excepción. Las pesquisas lo llevaron a comprender la siniestra trampa, más propia de un demente que de una mente lúcida, pero satánica al mismo tiempo. Un ser normal no pondría en marcha un plan tan maquiavélico, desquiciado e ilógico. Claro, un ser normal no lo haría, pero él, sí.

No salía de su asombro…

En la quietud de la noche repasó los hechos, desde el arribo de Rafael tras su periplo por el mundo hasta el momento del secuestro.

Todo obedeció a un plan elaborado concienzudamente y por último, presentado en el “escenario”.

Debía neutralizar lo hecho por su antiguo jefe, pero un sentimiento de compasión y lealtad le impedía obrar con la energía y el rigor correspondientes. Eximiría del pago a su cliente, anulando las pretensiones de Rafael y luego, le dejaría escapar.

12 La sorpresa

Caminaba distraído, sin prisa, en pocos minutos la compañía aseguradora iba a transferir el dinero a su cuenta en Suiza. Una suma considerable. El plan había dado sus frutos, valió la pena arriesgarse. Comenzó a desarrollarlo con cierta aprensión y ahora se disponía a cosechar el fruto de su esfuerzo.

Ensimismado, concentrado en estos pensamientos, llegó ante las oficinas de la casa central de la empresa, ubicada en la planta baja de un imponente edificio.

Con paso mesurado, avanzó hacia la entrada, donde un portero uniformado procedía a verificar la identidad de cada visitante.

Abrió el maletín y extrajo la notificación recibida. En el instante de alargársela al uniformado, Furiol salió sonriente.

-Hola Rafael, te aguardo en lo del Griego –hizo un simpático guiño al viejo policía y se alejó.

Guerra miró perplejo al pintor y el relámpago de una mueca rabiosa iluminó su semblante. El castillo de naipes se desmoronaba… ¡Estaba derrotado!

Sonriendo, en su automóvil, De la Riestra contempló al actor y dijo para sí: “¡Furiol, Furiol! Este artista podría ganar el Oscar. ¡Sin duda lo merece!”

Encendió el motor y partió, debía redactar sus conclusiones del caso y el informe para la aseguradora.

Conclusiones

Comenzó a escribir:

Me obsesionaba una teoría descabellada, ¡loca!, como toda la historia.

¿Podrá ser…? –Dudaba… y sospechaba-, era todo tan desquiciado…

Me sentí derrotado. Quedaba un último recurso: reinvestigar; arrancar de cero. Por lo tanto, deseché empecinado testimonios aceptados y conductas acreditadas.

Había contemplando sólo los hechos, ahora haría un cálculo de probabilidades y protagonistas.

¿Por dónde arrancar…? ¡Mi Dios…! ¿Por dónde?

Mis primeros pasos fueron a ciegas. Claro, los primeros, luego…

Nunca se mostraron juntos y eso me tuvo intrigadísimo, desorientado.

Buceé en las profundidades –podría decir- y al cotejar los pasaportes de Furiol y el ex policía lancé el grito:

¡Eureka! ¡Las huellas dactilares se corresponden! ¡Concuerdan!

¡”Eran” la misma persona! Es decir… ¡”Son” una sola persona!

¡Un genio inigualable! ¡Admirable de verdad!

Llegó incluso a representar una excelente comedia ante la superioridad policial: “Mi amigo tomó en exceso y se siente mal, por suerte está dormido”. Lo señaló en el asiento posterior del coche; seguramente un motón de ropa.

Valiéndose de mil artimañas, creó e impuso la falsa personalidad del inexistente pintor, personificándolo él mismo.

Habrá realizado desesperados esfuerzos para adquirir ese tono de voz tan peculiar, con las consabidas deficiencias prosódicas, y tras una intensa práctica, lo consiguió.

“¡Cuánto me falta aprender! – se dijo, dio otro sorbo al coñac, retiró de la máquina la hoja con el informe, hizo un bollo con él y lo arrojó al cesto de los papeles-. Total… ¿A quién puede interesar esta historia? ¡Es súper aburrida! ¿Verdad?”.



[1]/ Operativo cerrojo: Expresión de la jerga policial, refiriéndose al control y cierre de los caminos. N. /A.

Peludiando

Peludiando[1]

E

n la década del sesenta, cada año nuevo, mi familia (mis hermanos y yo éramos chicos) acostumbraba ir a una chacrita cercana a Fortín Olavarría, en la provincia de Buenos Aires. Precisamente el día primero de enero cumplía años Julián, hijo menor de Don Mateo Jaime, el chacarero.

Entre otros invitados figuraban Don Domingo Tacunau, el “Cacique” (padre de los conocidos cantores y guitarreros “Los Indios Tacunau”) y un hermano suyo cuyo nombre nunca supe; yo le decía simplemente Don Tacunau y al “Cacique”, Don Domingo o Cacique, así los diferenciaba.

También, durante el invierno, solíamos ir (los chicos, únicamente) a pasar unos días y Don Jaime, en noches bien frías y estrelladas (bajo heladas “doble ancho”), con la luna reinando a pleno, nos llevaba a “peludiar”. Salíamos en sulky por aquellos andurriales, recorriendo un verdadero laberinto de callecitas perdidas (allí, justo allí, “donde el diablo perdió el poncho”; o sea, en el confín del mundo), acompañados por dos o tres perros, baqueanos para los peludos como no he vuelto a ver. Descubrían un armadillo y en un suspiro lo capturaban; nosotros, entonces, “sólo entonces”, bajábamos del carruaje. El perro lo tenía aprisionado en la boca, para quitárselo debíamos comprimir levemente el pescuezo del “cazador” entre nuestras rodillas, recién entonces lo soltaba.

A veces nos distraíamos conversando y se escuchaba un fuerte “crac-crac”, era el ruido característico que producía la cáscara, atenazada entre los colmillos perrunos.

Un primero de enero, Don Mateo (hombre bajito y redondo; pesaría más de ciento cincuenta kilos) comentó que nos había enseñado a peludiar e invitó a los hermanos Tacunau a relatar cómo aprendieron ellos a realizar tal actividad desde el sulky.

-Resulta que de chicos, tendríamos once o doce años a lo sumo, nos conchabamos como boyeros en una estancia –dijo el “sin nombre” (en adelante, Don Tacunau)-. Si habremos “pasao” penurias… ¡Ah, tiempos aquéllos!

-Sí. ¡Qué épocas!, se “burriaba” de lo lindo, todo era a fuerza de sacrificio. ¡La pucha! –Don Domingo pareció escarbar en la memoria. En tanto, aprovechó la pausa para echar un trago de la damajuana de diez, y luego contemplarla con pena… Estaba tecleando. Le señalé otra, llena, por supuesto, puesta a refrescar en la pileta de la bomba; enterado del “refuerzo vitivinícola”, sonrió complacido-. ¿Te acordás del “mago”, Mateo?

-Y no… por su causa casi nos morimos del “julepe”. –Dijo riendo el viejo chacarero, mientras daba también un tierno “beso” al tinto.

-Resulta que en la estancia había un peón, hombre solo, de unos treinta años más o menos; los compañeros le hacían continuas bromas sobre su pretendida condición de mago. Parece ser que estudiaba por correspondencia o algo por el estilo –el Cacique miró con picardía a su hermano y agregó-, ¿vos eras el más corajudo de los tres, o no?

-Sí, hasta esa noche…

-Yo le desconfiaba, me asustaba la cara de loco que ponía, por eso nunca lo cargué como ustedes.

-Mirá Mateo, lo mismo caíste en la “voltiada”; flor de “cagazo” te pegaste –Don Tacunau, damajuana en alto, casi se ahoga por la risa-. Bueno, che, contale a los chicos la historia, no prolongués la intriga…

-Bien, nosotros dos –señaló a su hermano- nos reíamos del mensual, lo teníamos loco con las bromas; aguantó todo con estoicismo, como un verdadero santo. ¡Claro!, hasta que…

-Nos convidó a “peludiar” y aceptamos entusiasmados. Partimos en el sulky, llevando dos perros cuzcos, según él, muy hábiles en esos menesteres. La luna brillaba al máximo, el frío también; aunque para contrarrestarlo teníamos una botella de ginebra. Recuerdo que a lo lejos una lechuza cortaba con sus chistidos el aire escarchado de la madrugada; el resto del mundo estaba lejos y dormía… no existía.

-Recorrimos como mil metros, hasta el sitio señalado como la “nidada” de los peludos. La cosa pintaba lindaza… -manifestó el tío de los músicos-. “Cazaremos más de veinte en un ratito”, acotó “el maestro” con aire de suficiencia.

-Todo era normal… -El viejo Cacique trenquelauquenche[2] tomó la palabra, Don Jaime se atusó el bigote y miró con disimulo para el lado de la bomba-. De pronto, un peludo enorme apareció de la nada. Estaba ahí, al lado del alambrado, casi en la calle. Los perros salieron de estampida tras él y el “quirco” se internó en el lote (un rastrojo de maíz), buscaba la seguridad de su cueva. Se oyó el clásico chasquido de la cáscara y nosotros salimos como una exhalación; en un santiamén saltamos el alambrado y llegamos junto a los perros.

-Fui el más perjudicado –agregó el dueño de casa-, tomé el quirquincho con una mano y apreté con energía la cabeza de Catriel (el cuzquito negro), hasta que por fin, lo soltó. Levanté presuroso el peludo, lancé un alarido de espanto y lo solté aterrorizado. Entre mis dedos apretaba la “mano” recién cercenada de un ser humano; hasta vi gotear la sangre. La sentí caliente, latiendo todavía. Los tres tuvimos idéntica visión, los tres nos espantamos y los tres alaridos se fundieron, fueron uno solo. Cuando la “mano” llegó al suelo, el enorme peludo realizó una serie de “viboreos” gambeteándoles a los perros, y se metió en una cueva. La carcajada de nuestro acompañante reventó en la serena noche de agosto.

-Llegamos corriendo al sulky, sin aliento y sin habla; el tipo nos miraba, sobrador. Don Tacunau hablaba y tragaba al mismo tiempo, pero no agua precisamente.

-Me preguntó: “¿por qué lo soltaste, o no era un peludo?” –Don Jaime, parecía asustado todavía-. Quise justificar mi accionar y él insistió: “desde acá lo vi, parecía bueno…” Sí, un peludo, grande y gordo, especial. ¡Único! -El mago me encaró furioso: “¿qué pasó?, lo dejaste escapar-. Estaba lleno de rosetas, me clavé unas cuantas y abrí la mano.

-Así aprendimos a peludiar –la voz de Don Tacunau se había tornado áspera, casi ilegible… Miré hacia la pileta, la segunda de diez litros ya no estaba.

-Jamás mencionamos el asunto -el Cacique observó a los otros como pidiendo su aprobación y ellos asintieron con la cabeza-, y mucho menos volvimos a hablar de magia, luces malas o aparecidos… ¡Nunca!

-Miren, yo no creo en brujas, magos o fantasmas, pero que los hay, los hay –finalizó sentencioso Don Tacuanau, “el sin nombre”.

En realidad, movió los labios sin emitir sonido alguno. Supongo, que de poder hablar, habría dicho algo semejante.

Vi la segunda damajuana tirada al lado de la otra; la acababan de “desangrar”.



[1]/ Historia real. Nota del autor.

[2]/ Trenquelauquenche: natural de Trenque Lauquen (Bs. As.). En esa ciudad, en lo que fue la antigua vivienda y boliche de Tacunau, funciona actualmente “el Boliche de Quique”: bar, restaurante y museo tradicional. Frente al mismo (en el cantero central de la Avenida), está emplazado un monumento en homenaje a “Los Indios Tacunau”. N. /A.

Muy natural

Muy natural

M

aría Rosa miró por enésima vez la enorme pantalla; los nervios la consumían mientras aguardaba a Milfer, joven whydonisa que conociera durante un Congreso.

Su impaciencia se justificaba; al anunciar la visita Milfer dijo tener grandes novedades; y agregó: “No iré sola. Además, hay una gran noticia que te llenará de júbilo; de algún modo estás involucrada, eres la principal responsable”. No especificó nada; prefería sorprenderla.

Recorrió de una mirada la enorme sala del Cosmopuerto desbordante de público, todos querían aprovechar los días de vacaciones, espléndidos, además. Los mensajes holográficos del C.O.I. (Centro Operativo Interestelar) informaron sobre partidas y arribos de diversas cosmonaves, la esperada por ella no estaba incluida.

Sonrió al evocar las charlas sostenidas en Plutón durante el Congreso Científico Intergaláctico. Al intercambiar anécdotas, costumbres, tradiciones y formas de vida; conoció lo referente a Whydonis, “El Planeta Dorado” (como le decían) y sus extraños habitantes. Al mismo tiempo –como contrapartida-, su amiga recogió una vasta información de la Tierra y sus moradores.

La terrícola quedó infinitamente sorprendida, pero lo más increíble e incongruente fue enterarse de cómo nacen las criaturas en ese lejano planeta. Al principio tomó el asunto en broma, por lo extraño del procedimiento; provocando la irascibilidad de su amiga, quien no veía nada anormal o risible.

Los widonisos, con técnicas súper avanzadas, receptan el esperma masculino y fecundan un óvulo materno en “Spyears” (tras arduos esfuerzos, entendió), llamaban así a los laboratorios “generadores de vida”; compuestos de cámaras asépticas, herméticamente cerradas. Allí, en los “Spyears”, se cumple el período de gestación hasta culminar con el advenimiento de la criatura.

-De esa forma, ambos esposos trabajan hasta que “nace” el hijo –comentó como corolario del tema.

-Algo parecido a la inseminación artificial nuestra -recordó su comentario, recibiendo como respuesta una mirada de incomprensión.

Describió a su amiga el acto sexual (totalmente diferente al de los whydonisos, carente de romanticismo y pasión); lo hermoso del mismo y la consiguiente gestación y nacimiento de los hijos. “Supremo acto de amor y vida” -definió la terrícola. La joven, expectante, registró meticulosamente cada palabra e interrogó a María Rosa, para esclarecer sus dudas sobre la cuestión.

Finalizado el Congreso, mantuvieron un contacto permanente, intercambiando periódicamente imágenes octodimensionales; así conoció al novio de su amiga y posteriormente disfrutó con la fiesta de casamiento de la pareja (aunque ellos le diesen otro nombre, para los terrícolas seguiría siendo “casamiento”); pasó el tiempo y ahora estaba a punto de recibirla.

Apareció el aviso, y por fin, se produjo el arribo; en pocos minutos estarían juntas.

Gran revuelo, vehículos de todo tipo iban y venían, transportando pasajeros, familiares o simples visitantes que se congregaban para contemplar la llegada de seres estrafalarios, procedentes de galaxias desconocidas, a millones de años luz.

Cuando se disipó esa densa marea de asistentes, divisó a Milfer. La joven avanzó a su encuentro sonriendo, llevaba de la mano a una preciosa niña y… en su abultado vientre, se advertía claramente la inminente llegada de otra vida.

¡Al mejor estilo de la Madre Naturaleza!

Mi secreto

Mi secreto

H

ay cosas que deben ser vistas para creerlas.

Hace tres años me sucedió algo muy extraño, todavía me parece mentira; un sueño, una fantasía tejida por mi imaginación.

¡Que sé yo!

Al recordar esa noche, llegan hasta mí los sucesos de una manera tan real que experimento la impresión de volver a vivirlos.

En realidad, la cosa empezó tiempo atrás, cuando, una mañana de otoño, cavé un hoyo para plantar un palenque.

Me ordenaron hacerlo cerca de la laguna “Las Tunas”, en la parte perteneciente a la estancia “Las Dos Hermanas”; donde se encuentra la reserva de fauna natural “Vida Silvestre”. Llevo trabajando allí unos “veintipico” de años, los suficientes como para conocer cada mata de hierba y cada desnivel del terreno.

El sitio resultó especial para cavar, la tierra estaba blanda; seguramente la proximidad del espejo de agua influyó para que así fuese. Bien, comencé a trabajar, según acostumbro; sin apuro pero sin pausas.

Ya había alcanzo la profundidad necesaria cuando un objeto metálico en el fondo de la excavación despertó mi interés.

Acuciado por la curiosidad, lo saqué en pocos minutos; era una antiquísima reja de arado. Al desembarazarla de la tierra -casi barro-, algo adherido a ella saltó rodando por el suelo.

Quedé estupefacto al comprobar de qué se trataba. Una punta de lanza indígena. Esto no hacía sino reafirmar la hipótesis de su presencia en la zona; cuestionada por algunos autores[1].

Puse ambos objetos en un rincón del rancho y a los pocos días ni me acordaba de ellos.

Pero una noche, cuando me encontraba descansando, oí una voz, sin saber de dónde venía ni a quién pertenecía.

Me asusté, no lo niego.

Encendí el “Sol de noche” y estudié el lugar. Nada, estaba completamente solo. “¿Me estaré volviendo loco?” –pensé.

Volví a la cama y me dormí. Nuevamente, las voces...

-Y sí, a mí me trajeron de Italia, queda lejísimos, vine envuelta en unas telas para evitar la corrosión por efectos del agua de mar. De joven era reluciente, ahora, como todo viejo, no valgo nada.

-No diga eso –retrucó otra vocecita-, creo haberla visto trabajar sin descansar cuando arribé a estos parajes. Cómo brillaba con los rayos del sol, era hermosa.

-Gracias. Y usted... ¿De dónde vino?

-Mire, me trajeron de la Sierra de la Ventana, allá por el Tandil, creo que así le dicen...

-¡Ajá! Pero eso queda muy lejos...

-¿Y “usté” lo dice, que cruzó el charco? Lo que pasa es que por acá no hay piedras.

-Y… ¿Cómo vino a dar acá?

-Me trajo en su “tacuara”, mi capitanejo, Nahuel Curá[2] (Puma de Piedra); hizo honor a su nombre y murió en estas tierras, combatiendo como un puma.

-Sí, pero, estábamos juntos...

-Cuando mi capitanejo cayó herido de muerte, quedé clavada en el suelo; ahí estuve mucho tiempo, por fin la erosión y las lluvias, me arrancaron de la caña. ¡Creí morir de pena! Luego, poco a poco, me acerqué a “usté”, hasta que pude abrazarla. Gracias por aceptarme, si no...

-No, yo debo agradecerle el llegar hasta mí para hacerme compañía.

Las voces se fueron tornando inaudibles, por la ventana entreabierta se anunciaba la llegada de un nuevo día.

Estuve tentado de llevar los objetos al pueblo, como están por crear un museo... Pero, desistí; lo mismo que de referir esta experiencia, me tratarían de mentiroso o, lo que es peor, de loco.

Por eso, no lo mencioné nunca, será mi secreto de por vida, mío y de nadie más.



[1]/ El Dr. Roberto Landaburu, conocido historiador de Venado Tuerto, en sus obras siempre abonó la teoría de la existencia de los “pampas” en esta región. N. /A.

[2]/ Nahuel Curá; Puma de Piedra, vocablo de los aborígenes de la Patagonia. Nota del autor.

Mi confidente

Mi confidente[1]

A manera de introito

C

uando los seres privilegiados, aquellos de los que tenemos un muy elevado concepto por sus aptitudes y/o actitudes cruzan el umbral entre la vida y la muerte y comienzan a transitar los insospechados e insondables caminos de la eternidad, recién solemos valorarlos como verdaderos genios, apreciando en su exacta dimensión los aquilatados valores que detentaban.

Con Mozart, como con tantísimos otros, ocurre así. Por ello, no es extraño que un ignoto escritor, un anónimo trabajador de las Letras, dedique parte de su tiempo; poniendo en su labor creativa lo mejor de sí, con el único propósito de rendir un merecido homenaje a tan ilustre personaje.

Elmi Shindo (un buen amigo mío) no encontró mejor manera de hacerlo que convocando al propio Mozart para que contara sus vivencias: alegrías, tristezas, triunfos y fracasos.

El referido escritor tomó como base los datos aportados por un servidor, datos que llegaron hasta nuestros días por mera casualidad.

Así, de esta forma; con la sana intención de que el lector al voltear las hojas pueda emocionarse más y más; percibiendo, sin música y sólo con palabras la presencia de W. A. Mozart, es que se divulga este diario íntimo, el confidente de un verdadero genio universal.

18 de enero de 1978

Henrich Von Bauen.

Stiring-Wendel, (Sarrebruck, Alemania).

Éste es el diario de Mozart

(Transcripción fiel de la versión de Enrich Von Bauen, por Elmi Shindo)

27 de enero de 1762:

Hoy, querido amigo, con seis años, comienzo a contarte mis cosas. Estoy muy contento, conmovido hasta las lágrimas. Según mi padre, las últimas piezas para piano que compuse son excelentes; pese a su opinión, tengo mis dudas. Influenciado por su cariño, al hacer la crítica puede que magnifique la calidad de las mismas.

Te prometo que serás siempre el primero en saber qué hago y pienso. Ya eres mi confidente. ¿De acuerdo? Por ahora seguiré componiendo música, aunque sé que nunca me destacaré en este difícil arte; me encanta. Por eso lo hago.

“Las palabras escritas en los papeles arrugados, ajados, parecían adquirir vida, hacerme gestos amistosos, como saludándome…

Perdón, he omitido presentarme y decir de qué se trata. Soy Henrich Von Bauen, arqueólogo y antropólogo. Integro desde hace varios años una comisión dedicada a estudiar antiquísimas culturas europeas.

Mi trabajo me ha llevado con otros especialistas a cada rincón del continente, siempre tras la quimera del gran descubrimiento. En más de una ocasión, al estudiar a fondo los elementos hallados, hemos encontrado brechas sobre la autenticidad de los mismos y debimos descartarlos.

Miro nuevamente las hojas, muy deterioradas por el paso de los años, los elementos climáticos y, sobre todo, por los roedores. No hay dudas. Tenemos en nuestras manos un verdadero tesoro. Nada más y nada menos que el diario íntimo de Mozart. Sí, Mozart, el archifamoso músico austriaco.

Tengo que extremar las precauciones al manejar este material, sobradamente maltrecho. Debo evitar que se siga convirtiendo en polvo”.

Primavera de 1762:

¡Qué alegría! Comenzaremos una gira por el continente.

Mi hermana María Anna y yo nos aburriríamos mientras nuestro padre habla y habla de música con las gentes en cada ciudad que visitemos. Pero por fortuna, no será así ya que nuestra madre nos acompañará.

Esplendorosa primavera:

Francfort. En el concierto de clausura debí alterar la rutina. Como Anna sufría las consecuencias de una fuerte y aparatosa caída no pudo presentarse. Al faltar ella, improvisé mi actuación. Todo salió bien y mi padre me pidió al terminar que incorporase al repertorio para el resto de la gira el divertimento que “compuse” frente al público. Lo intentaré, aunque posiblemente no saldrá igual.

¡Ah…! El público demostró ser muy exigente y sumamente indulgente también; hay que ver los enfervorizados aplausos que nos prodigan en cada función.

“Tras unos pasajes borrosos, se puede leer...”

... me gustó mucho, disfruté enormemente cuando estaba solo ante el piano, con la sala colmada, a mi entera disposición. ¡Una sensación excitante, muy agradable! Fue como tener el mundo a mis pies.

Verano de 1762:

Nantes. ¡Qué maravilla, un espectáculo majestuoso! Sólo imaginado y proyectado por seres de una sensibilidad fuera de serie.

¿Quién hubiese osado realizar un concierto en plena campiña, a orillas del Loira?

Sí, mi buen amigo y confidente. Como te digo. En las márgenes del río ¡y hasta en pequeñas embarcaciones! se congregó una multitud ávida de escuchar nuestra música. Algo jamás soñado por artista alguno. Realmente, imposible de olvidar.

No quiero abrumarte con detalles. Sí te diré que en Francia me sentí tan a gusto como en mi casa. Los franceses son muy cordiales, sumamente afectuosos.

Cada vez que te encuentran, comienzan a besuquearte, tienen esa costumbre.

“En el primer párrafo, el nombre de la ciudad resulta indescifrable, no obstante, se trataría de Londres”.

Fin del verano:

...como te digo, con cuánto placer actuamos en la abadía de Westminster. La vieja y emblemática abadía de la que he oído hablar tantas veces a mi padre; ahora también a nuestras plantas. El sueño continúa. No puedo narrar lo vivido en ese lugar irreal, cargado de misticismo. Tuve la impresión de que a cada nota de nuestros instrumentos, despertarían los ángeles que adornan el retablo mayor circundando la imagen de María y comenzarían a cantar y danzar.

Holanda:

Ámsterdam. Si de algún sitio quedó encantada mi madre es de Holanda.

Nos presentamos reiteradas veces en la Oude Kerk (Iglesia vieja) y en la Nieuwe Kerk (Iglesia nueva). Fue imposible proseguir la gira; debimos permanecer en la ciudad hasta fines del verano, haciendo las delicias de los mismos espectadores, que función tras función, se acercaban a brindarnos múltiples atenciones.

Dos semanas de descanso:

Inmersos en un paisaje de ensueño, los Alpes Suizos, estamos pasando una temporada de merecido descanso. Gozamos de las maravillas naturales, olvidados por completo de fusas y corcheas.

¡Qué placer!

Mi padre viajó para coordinar la prosecución de los conciertos y nosotros disfrutamos; libres de ensayos, viajes y preocupaciones.

“Continúa una gran cantidad de páginas, literalmente trituradas”.

Mi primera sinfonía:

Tengo nueve años. Compuse una sinfonía que, según varios maestros -incluido mi padre-, dará que hablar. Claro, ellos hablan de ella ahora. No creo que perdure, en poco tiempo pasará al olvido.

Éste es un gran artista:

Conocí a un artista extraordinario. Se trata de Ladislav Zatwisky, joven pintor húngaro que se mudó a pasos de mi casa. Nos hicimos grandes amigos enseguida. Seguramente su nombre y su obra llegarán a ser reconocidos a nivel universal. En cambio, a poco de mi muerte, ¿quién se acordará de un ignoto músico como yo? ¡Nadie!

Viena:

Mi nueva casa. Grandiosa. Todo un derroche de música y poesía. Un verdadero deleite espiritual. La ciudad parece un gigantesco teatro, en permanente concierto, las melodías se enseñorean del aire, anegando cada rincón.

Compongo sin descansar:

Me apasiona la música, ella me mantiene vivo. Mi deseo más ferviente es transmitir en mis creaciones los diversos estados de ánimo, capaces de sensibilizar, conmover y trasportar a esferas inequívocamente místicas a cada ser que las disfrute. Es primordial lograr ese cometido, de lo contrario, la obra no pasará de ser una simple música entretenida, huérfana de sustento espiritual e incapaz de promover emociones valederas.

Mis amores:

Los salones vieneses son el punto obligado de reunión de la nobleza. Asisten damiselas hermosísimas; tengo doce años y mi sangre entra en ebullición al contemplarlas.

Con el piano intento transmitirle a cada una de ellas lo que mi corazón encierra. Les cuento musicalmente las terribles y apremiantes ansias que me invaden de amar y ser amado.

“Es imposible leer aquí, deberé saltear las hojas, no hay opción”.

Me siento mal:

¡Al fin...! Cumplí catorce años, ya soy un hombre.

Casi no duermo.

Mi padre está muy preocupado por mí. Los dolores de cabeza, que me acompañan desde hace un par de años, son cada vez más intensos y frecuentes. Los galenos dicen que con el desarrollo se irán atenuando, ¡ojalá!

Salzburgo nos espera:

Me tomó de sorpresa la noticia. Regresamos a Salzburgo. Reencontraré a Ladislav. En verdad, lo extrañaba mucho, será un inmenso placer pasear en su compañía por la campiña, hablar de música, paisajes y colores. Es un gran conversador y todo un “Don Juan”. Salta de un amor a otro vertiginosamente, en forma instantánea; sin mirar adónde se mete ni reparar en las consecuencias.

Maestro de Cámara:

El Arzobispado de la ciudad me nombró Maestro de Concierto Honorario del Grupo de Cámara. ¡Que no se equivoquen! La designación no significa que lameré las botas del Arzobispo y su séquito. ¡Al contrario! Soy y seguiré siendo su más acérrimo opositor. Jamás traicionaré mis ideales, mis convicciones.

“En este tramo del diario algunas hojas se hallan parcialmente arruinadas”.

... nuestro tercer viaje por Italia. Puedo decirte, querido amigo, que allí se encuentra la cuna del Arte. Conocer ese país y amarlo es todo uno. Disfruté cada hora, cada minuto, de su arquitectura y la enorme cantidad y variedad de obras de arte: “Obras Maestras de la Humanidad”.

Lo único lamentable son las permanentes migrañas que me impiden dormir; paso las noches en vela, componiendo compulsivamente, no puedo hacer otra cosa.

Mi primer amor:

Muy enamorado, así me siento. La veo bailar y mi corazón vuela con cada evolución de su danza, no había sentido tal atracción hasta hoy. Aloysia es etérea, celestial; divina, ¡eso!, sencillamente, divina... ¡Si le conocieras, mi buen amigo...!

Me vuelvo loco:

Tras la pérdida de mi madre y el fracaso y desilusión al enamorarme sin poder concretar ese sentimiento, me siento peor que nunca. Los dolores de cabeza -neuralgias, según los especialistas más avanzados- forman parte de mi vida. Son algo tan cotidiano que ya no podría estar sin ellos.

Mis horas, interminables horas sin lograr conciliar el sueño; las paso componiendo y tocando el piano. Si al menos todo este esfuerzo se viese recompensado... Sé, sin embargo, que no llegaré a descollar. Mi obra morirá conmigo. No perdurará. Estoy convencido de ello. Me atormenta la idea de no dejar nada de valor a mi partida. ¡Qué panorama distinto el de Ladislav...! ¡Será famosísimo!

Adiós al arzobispado:

Debí dejar el puesto hace tiempo. No estoy hecho a cargos, sujeto a directivos ni consejeros. Siempre me conduje solo y así seguiré. Además, no soy el típico genuflexo, inclinando la cerviz ante los poderosos. Tengo mi dignidad y amor propio; antes de ceder, traicionando mi filosofía y convicciones, prefiero mandar todo al demonio.

“Hay una parte, extensa, importante; muy estropeada. Imposible descifrarla”.

Munich:

Amores clandestinos. Las damas - sobre todo las más encumbradas de la nobleza- tienen sus debilidades. Yo también tengo las mías y por ello, me enredo en amores con suma facilidad.

Hete aquí que una noche, para evitar males mayores, debí salir de un castillo subrepticiamente, como un ladrón a punto de ser descubierto. La Señora Condesa puede dormir tranquila, por mí nadie se enterará de sus devaneos y debilidades.

Mi matrimonio:

No es lo que esperaba, creo que mi esposa tiene idéntica sensación, la de haber equivocado nuestros sentimientos y proceder en forma apresurada al contraer enlace. Constanze es buena, cordial, compañera; pero la llama del amor, la que creímos encender para siempre, se extinguió al poco tiempo.

Viena:

Lugar de ensueño. Otra vez, como hace años, me fascina la fastuosidad de Viena, sus paseos y salones. Y, lo más importante, la enorme cantidad de músicos, excelentes músicos.

Lo único que enturbia mi cielo es la crítica situación financiera por la que estamos atravesando. He compuesto varias piezas que no han tenido del público la respuesta que yo esperaba. Las Bodas de Fígaro, por ejemplo, una ópera que considero de excelente factura, no fue recibida con el entusiasmo que, a mi criterio, merece.

Estalla mi cabeza, resulta harto difícil concentrarse, hallar el estado de gracia imprescindible para elevar el espíritu hasta la óptima capacidad creativa. No obstante, trabajo sin descanso, hasta quedar exánime, sin fuerzas ni para hablar.

Presiento que mi fin se acerca. Me estoy muriendo.

Don Giovanni:

¿Te dije que Da Ponte es genial escribiendo? Constituye un verdadero placer trabajar con él; sus textos tienen la facultad de acelerar los latidos del corazón y obligan al músico a volar, volcando lo mejor de sí en cada nota. Esta ópera y Las bodas de Fígaro son la prueba irrefutable de lo que estoy afirmando. Sus libretos son espeluznantes. Tienen magia, invaden el espíritu, contagiando sentimientos disímiles, sensaciones antagónicas... Formidables.

Malas noticias:

Mi mejor amigo, Ladislav Zatwisky, el pintor, ha muerto. Lo mató en duelo un noble, pretendiendo defender el honor de su dama, seducida por él.

Le advertí del peligro que corría al visitar a esa mujer. ¡Cuando pienso que pude estar en su lugar...!

Una ópera maravillosa:

Estoy estudiando un libreto, divino como pocos; es de Emmanuel Schikaneder; me encanta. Tal vez La flauta mágica llegue a ser mi mejor obra.

Sin embargo, por otro lado, tengo la plena convicción de que nunca alcanzaré resonancia. Terminaré mis días y desapareceré; sin haber logrado destacarme.

Nadie sabe de mis cefaleas y el estado de nerviosismo y excitación provocado por las mismas; de la enorme fuerza de voluntad que pongo para continuar con esta vocación, tan arraigada en mí, tan profundamente enquistada en mi sangre y mi atormentado cerebro.

Los dolores recrudecen:

La flauta mágica me absorbe las escasas horas que puedo dedicar al trabajo. Falta tan poco para concluirla... Sufro horrores... debo realizar esfuerzos sobrehumanos para sentarme al piano y seguir componiendo.

Peor... día a día:

Debí abandonar todo momentáneamente; mi salud ya no me permite ni pensar...

Si pudiera... ¡Cómo me gustaría finalizar la ópera...! Tal vez mañana, si tengo más ánimo... Quizás... mañana... Quizás...

“El diario recoge esta última frase del genial músico. La misma tiene las connotaciones de una despedida. En ella, quienes lo estamos analizando, advertimos su desaliento y resignación. Así, con este sencillo párrafo, puso punto final a su diario.

Y a su prolífico y tortuoso paso por este mundo”.



[1]/ Esta obra, totalmente de ficción, es un sentido y sencillo homenaje al eminente compositor austriaco al cumplirse los 250 años de su nacimiento. N. /A.