martes, 26 de mayo de 2009

Las llamadas

Las llamadas

S

obre los clásicos sonidos, voces de camilleros y enfermeras, más los monótonos avisos -propios del lugar- provenientes de los altavoces; penetrante, insistente, molesta; muy molesta: la llamada.

Miró con desagrado la cartera de donde provenía la musiquita, luego ésta cesó: “no es momento ni lugar, volverán a llamar” –pensó mientras caminaba junto a la camilla; en su rostro se leían preocupación y angustia.

Tras una semana de intensos e interminables estudios, su esposo empeoraba a pasos acelerados. ¡Sólo un milagro...!

Al anochecer desactivó el celular; debía descansar, llevaba horas -más bien, días- sin pegar ojo.

La dama insistía. Al fin, vencida por el desaliento, cejó en su intento. “Debo comunicarme cuanto antes; es mi obligación” –reflexionó.

El día amaneció espléndido y acorde con él, la situación también mejoró. Realizaron los preparativos, tomando los máximos recaudos, y por la tarde sometieron al paciente a una complicada intervención quirúrgica; todo un desafío para el equipo de profesionales.

Sin embargo, la compleja y riesgosa operación, resultó perfecta.

Mientas estuvo en la sala de cuidados intensivos la esposa miraba esperanzada a través del cristal y tejía mil planes, a cual más hermoso; quería compensar los malos ratos vividos durante el calvario, definitivamente superado, según los médicos.

El único fastidio lo constituían esas misteriosas llamadas. Apenas atendía, cortaban. ¿Sería una mujer deseosa de hablar con Jorge y no con ella?, pero luego sonrió ante lo descabellado de tal sospecha. ¡Pobre!, sujeto con correas, impedido de moverse, conectado además con una parafernalia de tubos y cables a los diferentes equipos. La idea era ridícula.

La mujer sonrió con fastidio.

–“La empresa le informa que el abonado solicitado no se encuentra disponible en este momento. Por favor, intente más tarde. Muchas gracias”.

“Ya atenderá, tarde o temprano, todos lo hacen” -rubricó sus palabras con una estruendosa y horrible carcajada.

Por la mañana lo despertó un llamado. En el instante de atender, se interrumpió. La pantalla registraba una llamada perdida y el número de procedencia; totalmente desconocido.

-Equivocado, más que seguro –dijo su mujer-, si realmente es para nosotros, insistirán. (No fue así).

Días más tarde, Jorge, en etapa de franca recuperación, leía una revista cuando Lidia entró precipitadamente.

-¿Trajiste galletitas…? –un gesto imperativo lo detuvo.

-¿No sabes lo que pasó, querido? ¡Algo terrible!

-¿Qué…?

-Daniel, el enfermero… cayó fulminado en la sala de guardia mientras hablaba por teléfono. Intentaron reanimarlo, pero fue inútil.

¿Cómo? Si acaba de irse, recién controló mi presión y me dio dos comprimidos, ¡No puede ser! ¿Daniel? ¡No, no puede ser!

La enigmática dama sonrió complacida: “No ibas a quedar sin mis servicios, en algún momento atenderías. ¡Nunca fallo! ¡Jamás! Desde el inicio de la vida, nadie osó rehusar mi invitación”.

Apretado en las manos del desdichado enfermero (cual el arma utilizada por el verdugo), el celular que tomara equivocado de la mesita de luz de Jorge.

¡Era idéntico al suyo!

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