martes, 26 de mayo de 2009

Curiosas vicisitudes de un autor

Curiosas vicisitudes de un autor

L

a presente narración es absolutamente real, verídica hasta el tuétano, en caso de tenerlo.

Trataré de avanzar en forma cronológica para una mejor comprensión. El día 29 de abril se presentó en la ciudad de Rosario la antología "Homenaje a Pablo Neruda", en la cual este modesto escritor tiene participación con tres obras.

Para llegar al horario establecido tomé un ómnibus a las doce del día y partí alegremente rumbo a tan importante evento literario.

¡Qué sobresalto sufrí a los veinte minutos de marcha! En la terminal de Arias había quedado mi portafolio y en él -entre otras cosas-, estaba la dirección adonde me debía dirigir.

El conductor del coche detuvo mediante señales de luces a un colega que circulaba en sentido contrario y éste me devolvió a mi lugar de partida. En pocos minutos recuperé lo perdido y con el mismo colectivo -que iba a San Juan- fui hasta la ruta, donde quedé, procurando viajar "a dedo." En Venado Tuerto combinaría con alguna línea hasta Rosario.

Tras varias tentativas fallidas, un amigo me llevó hasta la terminal de Venado y poco después, -cómodamente instalado- rumbeaba a la ciudad litoraleña.

Conocí el Parque de España, algunos colegas y a la gente de Pegaso Ediciones -muy agradable, por cierto-; realmente, viví momentos de intensa alegría.

Volví muy contento, arribé a mi casa a las 3,45 horas del lunes 30 de abril, último día para enviar el material al concurso "Alfonsina Storni" organizado por la SADE de Marcos Juárez. Me senté ante la computadora para prepararlo -como siempre, sobrado de tiempo- y mi sorpresa fue mayúscula al descubrir que el cartucho de tinta negra de la impresora estaba agotado. En la guantera del auto tenía uno, ¡menos mal!

El coche, la guantera y el cartucho se encontraban a años luz, en un taller mecánico.

Imprimí con tinta azul, a falta de panes...

No tenía sobres, por lo tanto, envolví el material, lo metí en una bolsa de plástico y me retiré a descansar (las cuatro y pico de la mañana).

Lunes 30 de abril, el día "D" había comenzado, y consecuentemente, la cuenta regresiva. Se acercaba la "hora cero".

Llevé la bolsita al trabajo y cuando salí a las 12, compré sobres, entré al Correo Argentino cerca de las doce y veinte -cierra a las 13-; me aguardaba una "buena noticia": la imposibilidad de emitir giros por una cuestión cibernética, o sea, un capricho de la tecnología. El empleado sugirió que dejase los datos, si hasta la hora de cierre se normalizaba la situación, él expediría el giro; de lo contrario, como por la tarde no atienden ese servicio, debería esperar hasta el miércoles dos -el primero de mayo era feriado-; le di las gracias y me retiré.

Casi no comí a causa de los nervios. Mil ideas surcaban raudas mi atormentado cerebro. Decidido a poner en práctica una de ellas, preparé un pequeño sobre a nombre de la señora tesorera de la entidad organizadora con la correspondiente nota explicativa, (enviaría el importe de la inscripción en sellos postales). Envolví todo, lo puse otra vez en la bolsita y de nuevo al trabajo.

Salí de la fábrica a las 18,30 y en un suspiro llegué a la estafeta postal de Andreani… Por supuesto, ¡estaba cerrada! Partí "como los bomberos" hasta la receptoría de Oca, ¡abierta! ¡Por fin se acabaron mis problemas!

Pedí a la chica que me atendió cinco estampillas de un peso, explicándole que el matasellos del sobre debía ser bien legible para evitar inconvenientes. ¡Otro sobresalto! Textuales palabras de la empleada: "Mire, la correspondencia va hasta un centro postal, donde es timbrada o sellada. Como mañana es feriado nacional llevará la fecha de pasado mañana, dos de mayo. Total… días más, días menos..."

Comencé a ver todo nublado.

Puse los sellos sobre el mostrador, sopesando las posibilidades entre asesinato o suicidio... Cerré los ojos, conté hasta diez y... tratando de que la amarga mueca de mi cara se asemejara a una sonrisa, le agradecí los servicios prestados y salí.

Otra vez ante la oficina de Andreani. Todo seguía igual.

¿Qué hacer…? “¡Ya sé! -me dije- llamo por teléfono a Marcos Juárez y les explico a los organizadores, en una de esas se prolongó el plazo de entrega y soluciono todo”.

Cruzando la calle hay un telecentro. Entré a la cabina, llamé varias veces, no tuve respuesta; evidentemente la suerte no era mi aliada. Salí decepcionado.

Ya en la vereda, se me heló la sangre. Edgardo, el chico de Andreani se iba en el auto. Quise gritar y no pude, tenía la lengua pegada al paladar.

Dudé entre las únicas dos opciones: inmolarme a lo "bonzo" o hacerme el "harakiri". Carecía de fósforos o cuchillo (para el caso, un simple "Tramontina" hubiese bastado).

De pronto, la esperanza renació en mí... Edgardo, como adivinando la situación, descendió del coche, volvió hasta la oficina y entró. Casi lo derribo en la puerta, él salía y yo -por supuesto- ingresaba como perseguido por mil demonios.

Lo puse al tanto de mis desventuras y en pocos minutos solucionó el problema. Sonreí aliviado al ver la fecha estampada en el sobre: 30 de abril. Con mi eterno agradecimiento, prometí avisarle si obtenía algún resultado en el certamen y tal vez, hasta llegase a escribir esta complicada historia; cosa que estoy haciendo.

Posiblemente, como compensación a tantas desventuras, obtuve el primer premio con mi obra "Transmutaciones".

Se lo conté a Edgardo, recibí sus congratulaciones y al despedirme agregué al respecto: "Creo que el honorable jurado, sin saberlo, premió más que la calidad creativa y el valor literario del trabajo, mi tozudez, tesón, perseverancia -o como se quiera llamar- para despachar el material".

Salí de local...

Suspendida en el aire frío de la tarde, jugueteando, quedó la carcajada de mi amigo...

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