martes, 26 de mayo de 2009

El canje

El canje

1 Introducción

F

ue un lunes, o martes, ¿quién lo sabe?, ya no estoy seguro; el tiempo, implacable, socava los recuerdos del más pintado y mezcla -cual naipes de una baraja- días, hechos y horas, que por su importancia, debieran perdurar en el archivo cerebral.

Para el caso, domingo, lunes, u otro día de la semana, da lo mismo. Me limitaré a narrar lo sucedido; eso sí permanece inalterable en mi mente, ¡cómo para olvidarlo!

Rigoberto, siempre Rigoberto, ¡cuándo no!, llamó muy excitado pasado el mediodía; ¡claro, la cosa no era para menos! (Rigoberto es nuestro eficiente telefonista y receptor de mensajes –quejas, la mayoría de las veces- en la agencia de Investigaciones).

-Asaltaron la Compañía Internacional de Valores –dijo atropelladamente-, será mejor si vienes enseguida.

-¿Cómo? –articulé, incrédulo.

-Acaban de llamar, por lo del seguro –acotó desaforado-, la policía no da pie con bola. Me parece…

-Me visto y voy –interrumpí tajante y colgué para evitar su inminente catarata de palabras; mascullaba mil maldiciones por la brusca interrupción de la siesta; mi siesta: (sagrado templo del relax, profanado una vez más por la incomprensión y falta de escrúpulos de los malhechores). “¡Qué poca consideración tienen los delincuentes actuales!” -fue mi indignada reflexión.

Al llegar aprecié el exagerado despliegue de patrulleros, efectivos uniformados y técnicos; un verdadero ejército buscando huellas, marcas de neumáticos, etc. (Como si los facinerosos hubiesen dejado en el asfalto su rúbrica), ¡cuánta ingenuidad!

No me presenté, disculpen la torpeza. Soy Edgardo de la Riestra, investigador privado (privado de tener novia y distracciones –salvo las propuestas por las incógnitas laberínticas de cada caso-, tampoco puedo descansar sin ser molestado, de “ello” también “soy privado”).

En realidad, debo ser masoquista, esta vida tan sacrificada me apasiona, no concebiría mi tránsito por el mundo haciendo otra cosa.

Relataba mi arribo al “escenario de los hechos”, término utilizado hasta el cansancio por policías y periodistas. (Me devané la sesera buscándole un significado, después entendí la cosa). Lo de “escenario” se debe, seguramente, a “proscenio”, sitio donde llevan a cabo sus representaciones los artistas. “Por la calidad de esta función delictiva –de gala- los protagonistas son artistas consumados, ¡sobresalientes!” –colegí.

Perdón por la digresión, suele ocurrir a menudo. De pronto me descubro lejos del tema en cuestión, extraviado en intrincados vericuetos narrativos y debo retroceder para retomar con normalidad el hilo conductivo. (Como dice, Mingo, un amigo mío: “cada genio con su lámpara.” A lo cual retruco: “y cada loco con su chaleco de fuerza”).

Regreso al camino correcto y prosigo.

Ingresé a la casa matriz de la Compañía Internacional de Valores donde Ramón Flores, mi ayudante boricua, me recibió animoso y en pocos segundos derramó un torrente de palabras; poniéndome al tanto del asunto con su proverbial elocuencia (mezclando términos caribeños, españoles –no muy académicos, por cierto- y un inglés chapurreado, deplorable, destacada y superlativamente pésimo).

Mi aptitud para escribir es bastante limitada (más bien nula); por ello, como muestra de respeto hacia el lector y en su beneficio, será mejor si gente idónea continúa exponiendo el caso con todos sus pormenores. Dejo a cargo de la pluma de Elmi Shindo la responsabilidad de contar lo sucedido.

Y en definitiva, lo dicho (en realidad, escrito hasta aquí), sirva como introducción.

2 Acto de magia

Tras un largo receso debido a la Semana Santa, comenzaron las actividades bursátiles; el inicial ritmo vertiginoso del lunes decayó a los pocos minutos, cuando el tesorero, gritando como un poseído, dio la alarma

-¡La bóveda del tesoro está vacía, fue saqueada!

Gran revuelo. Policías de todas las graduaciones (personal técnico y científico), fotógrafos y como broche final ¡cuándo no!, el infaltable Edgardo de la Riestra.

Constatada (desmenuzada más bien) la identidad de los presentes, los alojaron en una dependencia para su posterior indagación y comenzó el interrogatorio al personal. Así fue como, con los escasos datos receptados, arribaron a la siguiente conclusión: si el miércoles al cerrar las operaciones reinaba absoluta normalidad, el “golpe” fue ejecutado, necesariamente, entre ese momento y la apertura del lunes. Faltaba determinar: cómo, cuándo y quién. ¡Casi nada!

Los denodados esfuerzos de la Brigada de Investigaciones no arrojaron el resultado apetecido, los valores depositados en la bóveda se “volatilizaron” durante los cuatro días de inactividad. No había sospechosos (en realidad, todos podían serlo), parecía la obra de un prestidigitador, ejecutada con suma delicadeza. Un espléndido acto de magia.

Edgardo y Ramón fisgoneaban por los rincones, entre las imprecaciones y miradas cargadas de rencor de los investigadores oficiales. Éstos aceptaban a regañadientes su intervención; al no existir víctimas personales, la compañía aseguradora en salvaguarda de sus intereses, tenía pleno derecho a procurar esclarecer el caso.

Como sucede la mayoría de las veces, tras avanzar a paso de tortuga, la investigación cayó en punto muerto.

La marcha vertiginosa del mundo y su apabullante caudal de noticias obligó a los periódicos a abandonar el asunto. El sensacionalismo y la actualidad tienen prioridad, siempre venden más.

Lo acontecido hoy, mañana ya no sirve, perdió vigencia e interés. Toda información envejece a pasos agigantados. La primicia es una utopía, algo tan fugaz como el resplandor de un relámpago.

Como el suspiro de las ánimas.

3 Búsqueda

Con su habitual parsimonia y la sospecha de tener los elementos esclarecedores ante los ojos, aunque sin verlos, Edgardo siguió empecinado buscando “la punta del ovillo” -como solía decir-, pero por los resultados, este asunto carecía de punta; u ofrecía varias, a cual más dudosa.

Una mañana temprano, Ramón llegó corriendo y zamarreó a su jefe hasta despertarlo.

-Hice como indicaste, pasé la noche mirando filmaciones; ese fin de semana no pudo ser… -le alcanzó un pocillo de café recién hecho y prosiguió-, nadie aparece en las grabaciones, sólo los encargados de la seguridad y el personal de limpieza y según los superiores todos llevan años trabajando en la firma y su honestidad es incuestionable.

-Siempre dicen lo mismo, ¡haz memoria…! -el detective dio un sorbito y escupió con una mueca de asco-. ¡Puaj… amargo! Anoche al acostarme estaba sobrio, no necesito aplacar la resaca como otras veces.

-No tienes azúcar, miel o algo semejante, por eso está amargo.

-Bien, bien, dejemos el café, es lo de menos. ¿Habló el viejecito de la limpieza, le sacaste algo?

-¿El ordenanza? Parece una tumba, quizá si le ofrecemos dinero… -sonrió con picardía el moreno.

-No creo, ya lo hice y no tuve suerte. Pero con insistir no perderíamos nada.

-Probaré, por ahí… ¿Quién te dice…? –tras estas palabras, el joven le hizo un guiño de complicidad, encendió un puro y salió de la oficina.

4 Otro chasco

-Sí, recuerdo cada día, cada minuto; sin embargo, no encuentro algo anormal, la semana pasó sin novedades dignas de mención; es decir, cuando el señor gerente partió hacia el aeropuerto, quedamos los custodios y yo, el resto del personal ya se había retirado.

-¿Cómo al aeropuerto…? No entiendo.

-Sí, viajó a Brasil, fue a reunirse con su familia, de vacaciones en Ipanema, –la sinceridad brillaba en las pupilas del anciano.

-Si recuerda otra cosa, avíseme, por favor.

-Pierda cuidado, lo haré.

-Perfecto, voy a andar por ahí –señaló con un gesto vago-, los pisos superiores fueron revisados a la ligera y algunas dependencias ameritan un examen más exhaustivo.

-De acuerdo, señor. -Ramón asintió satisfecho y fue hasta el ascensor (como de costumbre, no funcionaba), maldiciendo en varios idiomas comenzó a subir por la escalera.

Decidido a inspeccionar la sala de archivos; solicitó la colaboración de un custodio; sólo ellos disponían de la llave y eran los únicos responsables de su apertura. El lugar estaba atiborrado de papeles cuidadosamente apilados en varios cuerpos de estantería. Estudió a conciencia cada comprobante relacionado con las actividades de la empresa; pilas de documentos, escrituras, contratos, pagarés, recibos, etc. En un rincón alejado vio un montón de periódicos. Tomó un par de ellos, miró el nombre y la dirección; nada fuera de lo común, pertenecían al gerente. “Claro -se dijo- es natural…” Sin embargo, un detalle lo desconcertó… la fecha.

5 Amor propio herido

Esa noche, mientras cenaban en un restaurante, Edgardo no paraba de reír, ante la mirada irritada de su subalterno.

-¿Qué esperabas hallar en los periódicos, el nombre de los ladrones, acaso? ¡Este Ramón…!

-¡No! Pero tengo la seguridad de estar pisando terreno firme, de acercarme a la solución del asunto, pienso…

-¡Vamos, vamos! Has leído demasiadas novelas de Conan Doyle[1] –manifestó mordaz-, la vida real es otra cosa; mira si vas a conceder importancia a un puñado de papeles viejos.

-¡Ríete, descreído, ríete! –El boricua se levantó malhumorado y salió dando tal portazo que provocó la mirada atónita de varios comensales.

6 Curioseando

Amoscado por el comentario burlón de Edgardo, volvió al archivo de la financiera. Escarbó y escudriñó cada legajo, cada papel; sabía… (Bueno… saber, como quien dice saber, no; pero tenía casi la certeza de hallar allí las respuestas), aunque si estaban, continuaban ocultas.

Simuló un encuentro ocasional con el empleado de la limpieza, deseaba hacerle algunas preguntas, disimulando su interés e importancia.

-¡Hola, señor!, ¿necesita algo?

-No, aunque al verlo… ¿sabe…? pensé… no me quedó muy claro lo del gerente y el aeropuerto. Si no le molesta, ¿podría referirme otra vez el asunto?

-Es muy sencillo. El señor acostumbra venir algo más tarde, después de leer los periódicos. No los recibe acá. Esa mañana, sin embargo, se anticipó; hablo del miércoles, se sobreentiende. Traía una pequeña maleta; como planeaba ir de viaje… -al boricua le costó disimular su sobresalto-. Yo mismo la llevé desde el taxi hasta el depósito.

-¡Ajá! ¿Al marchar la llevaría consigo, no?

-Efectivamente, se la alcancé al conductor del coche y él la puso en el baúl; el señor salió presuroso, perdía el vuelo, y... –anticipándose a la interrupción de Flores, prosiguió-. ¿No pensará usted...?

-Por favor –alegó sonriente el investigador-. Carece de importancia. Pregunto de puro curioso, nomás. Gracias. Por fin quedan disipadas mis dudas. Ha sido muy amable.

7 No es broma

Rumbo a la oficina, rió ante su ocurrencia: “Todo buen perro sabueso, presiente la proximidad de la presa, y todo buen mastín la despedaza con sus colmillos. Lo haré, no tengo dudas, lo haré”.

Analizaría la ecuación desde otro ángulo, ahora se le presentaban perspectivas diferentes; vislumbraba una alternativa favorable. Sólo debía preocuparse en atar los cabos sueltos. Entró sonriente. Pensó, saboreando el inminente triunfo: “Ya verá ese engreído. ¡Ni imagina! ¡Si supiera…!”

-Edgardo –dijo el centroamericano-, te ruego me acompañes hasta la Compañía de Valores, hay varios datos interesantes y debes verlos.

-¿Es una broma?

-¡En absoluto!

-¿En verdad conseguiste algo, o iremos a perder el tiempo lastimosamente y a ser el hazmerreír de todos una vez más?, mira bien donde pones los pies, no vayas a caerte –comentó burlón su jefe.

8 Justo a tiempo

Llegaron sobre la hora de cierre.

De la Riestra, impaciente, no hacía sino observar el reloj; mas según Flores faltaban los principales protagonistas, estarían al caer.

Le extrañó sobremanera la actitud reposada de su auxiliar; habitualmente tan bullanguero y precipitado.

De un momento para otro, las oficinas y pasillos se colmaron de policías y con ellos, llegó el doctor Lavenne. El fiscal del distrito avanzó con la mano extendida y saludó a los investigadores.

-Hola, Edgardo –su acento era cordial, exageradamente cordial-, supongo que habrá fundadas razones para citarme con tanta urgencia –las últimas palabras sonaron burlonas.

-Y… estamos evaluando ciertos detalles orientados a dar por finalizado el caso y creímos oportuno consultarlo –la voz de De la Riestra flaqueaba, carecía de convicción.

-¿Cómo… detalles…?

-Sí, señor –Ramón, tomó la palabra decidido-. Aquí, mi jefe, con su habitual sagacidad desentrañó el misterio, pero como sufre una afección en las cuerdas vocales, me propuso les exponga el caso con todos sus pormenores.

-Hazlo, Ramón –dijo con dificultad Edgardo, al tiempo de asesinarlo con la mirada, ignoraba adónde irían a parar con “la solución” atribuida a su “habitual sagacidad”-, yo casi no puedo hablar. –Con un gesto feroz, lo conminó a iniciar su “perorata”, (“sin duda, una sarta de embustes e idioteces, como de costumbre” -pensó).

9 “El canje”

-Como primera medida, y hablo por De la Riestra; se debe proceder a la detención del gerente.

-¿Está loco…? –Los presentes miraron indignados a Edgardo. Sin atender a las palabras y gestos airados, el moreno prosiguió-. ¡Háganlo, por favor! No le permitan escapar.

El titular de la fiscalía –no muy convencido- encargó a tres hombres la vigilancia del ejecutivo.

-Necesitamos además la colaboración del ordenanza, es imprescindible para la “reconstrucción” de los hechos, o sea: “el canje”. –Ramón, convertido en comandante de las operaciones, daba órdenes a diestra y siniestra.

El fiscal hizo un ademán y un joven uniformado fue a buscar al anciano.

Cuando estuvo en la sala el empleado, Flores lo instruyó en voz baja, y éste tomó un pequeño bolso de viaje.

-¿Podría narrar a los señores la historia del equipaje? Además, ¿el peso, es aproximado? Me refiero a...

-Idéntico, no hay diferencia.

-No la notará, se trata de los mismos periódicos, luego reemplazados por el dinero; ambos contenidos debían tener un peso equivalente, de esa manera sería imposible detectar “el canje”. –El centroamericano carraspeó, aguardando en vano alguna reacción de los presentes y prosiguió-. Edgardo llamó mi atención sobre los mismos, llevaban la dirección y el nombre del gerente y la mayoría eran ediciones de fechas muy atrasadas; como si se hubiese alterado su ubicación en la pila. Recuerdo también sus comentarios: “Despertó mi curiosidad lo manifestado por el ordenanza sobre la llegada del gerente.” Entre otras cosas, dijo: “… acostumbra venir algo más tarde, después de leer los periódicos. No los recibe acá”. “… traía una pequeña maleta; como planeaba ir de viaje…”

-Algo a tener en cuenta… -balbuceó De la Fuente y Ramón lo interrumpió tajante.

-Sí, recuerdo cuando repetiste lo dicho por el ordenanza: “Efectivamente, se la alcancé al conductor del coche y él la puso en el baúl; el señor salió presuroso, perdía el vuelo, y...” –Los presentes abrían la boca asombrados.

-Se trató de un canje muy ingenioso, casi un acto de prestidigitación. Es todo, señores; ¿cierto, inspector? –la sorna del moreno iba dirigida al detective privado-. Para cualquier aclaración o ampliación, hablen con mi jefe –esta vez miró en derredor, sonriente.

De la Riestra emitió un sonoro bufido y suspiró aliviado. “¡Es incorregible! –pensó- y casi, casi, tan sagaz como yo”.



[1]/ Sir Artur Conan Doyle: (1859-1930), médico, novelista, se destacó en el género policial; creador del inolvidable maestro de detectives Sherlock Olmes. N. /A

No hay comentarios:

Publicar un comentario