martes, 26 de mayo de 2009

Mi secreto

Mi secreto

H

ay cosas que deben ser vistas para creerlas.

Hace tres años me sucedió algo muy extraño, todavía me parece mentira; un sueño, una fantasía tejida por mi imaginación.

¡Que sé yo!

Al recordar esa noche, llegan hasta mí los sucesos de una manera tan real que experimento la impresión de volver a vivirlos.

En realidad, la cosa empezó tiempo atrás, cuando, una mañana de otoño, cavé un hoyo para plantar un palenque.

Me ordenaron hacerlo cerca de la laguna “Las Tunas”, en la parte perteneciente a la estancia “Las Dos Hermanas”; donde se encuentra la reserva de fauna natural “Vida Silvestre”. Llevo trabajando allí unos “veintipico” de años, los suficientes como para conocer cada mata de hierba y cada desnivel del terreno.

El sitio resultó especial para cavar, la tierra estaba blanda; seguramente la proximidad del espejo de agua influyó para que así fuese. Bien, comencé a trabajar, según acostumbro; sin apuro pero sin pausas.

Ya había alcanzo la profundidad necesaria cuando un objeto metálico en el fondo de la excavación despertó mi interés.

Acuciado por la curiosidad, lo saqué en pocos minutos; era una antiquísima reja de arado. Al desembarazarla de la tierra -casi barro-, algo adherido a ella saltó rodando por el suelo.

Quedé estupefacto al comprobar de qué se trataba. Una punta de lanza indígena. Esto no hacía sino reafirmar la hipótesis de su presencia en la zona; cuestionada por algunos autores[1].

Puse ambos objetos en un rincón del rancho y a los pocos días ni me acordaba de ellos.

Pero una noche, cuando me encontraba descansando, oí una voz, sin saber de dónde venía ni a quién pertenecía.

Me asusté, no lo niego.

Encendí el “Sol de noche” y estudié el lugar. Nada, estaba completamente solo. “¿Me estaré volviendo loco?” –pensé.

Volví a la cama y me dormí. Nuevamente, las voces...

-Y sí, a mí me trajeron de Italia, queda lejísimos, vine envuelta en unas telas para evitar la corrosión por efectos del agua de mar. De joven era reluciente, ahora, como todo viejo, no valgo nada.

-No diga eso –retrucó otra vocecita-, creo haberla visto trabajar sin descansar cuando arribé a estos parajes. Cómo brillaba con los rayos del sol, era hermosa.

-Gracias. Y usted... ¿De dónde vino?

-Mire, me trajeron de la Sierra de la Ventana, allá por el Tandil, creo que así le dicen...

-¡Ajá! Pero eso queda muy lejos...

-¿Y “usté” lo dice, que cruzó el charco? Lo que pasa es que por acá no hay piedras.

-Y… ¿Cómo vino a dar acá?

-Me trajo en su “tacuara”, mi capitanejo, Nahuel Curá[2] (Puma de Piedra); hizo honor a su nombre y murió en estas tierras, combatiendo como un puma.

-Sí, pero, estábamos juntos...

-Cuando mi capitanejo cayó herido de muerte, quedé clavada en el suelo; ahí estuve mucho tiempo, por fin la erosión y las lluvias, me arrancaron de la caña. ¡Creí morir de pena! Luego, poco a poco, me acerqué a “usté”, hasta que pude abrazarla. Gracias por aceptarme, si no...

-No, yo debo agradecerle el llegar hasta mí para hacerme compañía.

Las voces se fueron tornando inaudibles, por la ventana entreabierta se anunciaba la llegada de un nuevo día.

Estuve tentado de llevar los objetos al pueblo, como están por crear un museo... Pero, desistí; lo mismo que de referir esta experiencia, me tratarían de mentiroso o, lo que es peor, de loco.

Por eso, no lo mencioné nunca, será mi secreto de por vida, mío y de nadie más.



[1]/ El Dr. Roberto Landaburu, conocido historiador de Venado Tuerto, en sus obras siempre abonó la teoría de la existencia de los “pampas” en esta región. N. /A.

[2]/ Nahuel Curá; Puma de Piedra, vocablo de los aborígenes de la Patagonia. Nota del autor.

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