martes, 26 de mayo de 2009

Mala memoria

Mala memoria

-D

on Mario, ¿puedo hablar con usted a solas? -dijo la viuda de Juan Barrenechea Andriola.

-Por supuesto, venga -respondió el viejo bolichero, y pensó: “Ella es viuda, yo también… en una de esas… ¿quién te dice…?”

-Necesito tabaco y papel de fumar.

Don Zárate, propietario del boliche “Las Cuatro Esquinas”, miró a Doña Ramona, sorprendido por el insólito pedido.

-¿Tabaco y papel… piensa fumar ahora, a su edad?

-¡No!, -la respuesta de la anciana fue tajante-. Demasiados problemas tuve con mi marido, acuérdese que murió con los pulmones a la miseria por culpa del cigarro.

-¿Entonces? ¡No entiendo qué…!

-Sé bien que mi pobre viejo -en paz descanse- se fue de este mundo por el maldito vicio; pero, ahora… ya difunto, no podrá hacerle daño. Si me vende algunos paquetes de tabaco y libritos de papel para armar cigarros, los puedo mandar en el cajón con este finadito. ¡Se pondrá de contento…!

Sobre el mostrador, encima de una vieja manta, velaban los restos de un caminante. Lo hallaron muerto a la vera del camino a Rufino, y los vecinos en un acto de piedad, resolvieron velarlo y darle cristiana sepultura en el cementerio de Arias.

Un chacarero y su hijo fabricaron el ataúd (bastante rústico por cierto debido a sus escasos conocimientos en la materia). No obstante, tenía la solidez que le otorgan el esfuerzo y entusiasmo del modesto y hacendoso hombre de campo, que siempre enfrenta animoso las contingencias de la vida y termina por darles una solución rápida y práctica.

-Mire, Doña Ramona -prosiguió el comerciante-, su vasco era bastante testarudo, ¡si le habré recalcado que dejase de fumar…!

-Y… pobre, tenía ese vicio… el único…

-¡Ah! ¡El único! ¿Y el chupe? ¿O ya se olvidó de las continuas mamúas que pescaba?

-¡Claro!, para “ahogar las penas”, como decía siempre…

-Lástima… parece que las penas aprendieron a nadar, ¡cómo para ahogarlas!

Don Mario, mientras dialogaban preparó lo solicitado por la viuda y, sin ser advertidos, ocultaron el paquete entre las ropas del difunto. Quizá en el más allá el vasco pudiese calmar los nervios fumando. Por ahí…

Roberto, tras la puerta, no perdía detalle ni palabra. El muchachito había venido desde Venado Tuerto para mitigar la soledad de “la agüela Ramona”, y con su carácter alegre y juguetón arrancaba a cada rato las sonrisas de la pobre vieja.

Tras un Padre Nuestro rezado por los presentes (con mucho fervor y escasa precisión por la falta de práctica), cargaron el ataúd en la jardinera y el “coche fúnebre” partió de inmediato. Debía llegar cuanto antes al pueblo. La tormenta, como suele ocurrir en verano, avanzaba a pasos acelerados.

Doña Ramona y su nieto, a tranco[1] rápido, arribaron al rancho justo con las primeras gotas. La vieja recorrió el patio (por ahí alguna gallina había quedado sin resguardo o encontraba un corderito enredado en el alambrado cercano). Todo parecía en orden; por último, en prevención, dejó entreabierta la puerta del galponcito para resguardo del “cuzco”[2] y casi empapada, corrió presurosa a cambiarse de ropa. Luego, se dieron un banquete: huevos y chorizo frito el chico y ella mate cocido negro con galleta criolla (un tanto dura, reblandecida, migada en la taza); y, entre fragor de truenos y destellos de relámpagos, se retiraron a descansar.

Serían las tres de la madrugada cuando Roberto empezó a gritar como si el mundo se le desplomase encima. La anciana acudió presurosa, supuso que el chico le temía a la tormenta.

-¿Qué pasa, no podés dormir?

-Y… estaba pensando… ¿Al “agüelo” le gustaba “chicar”[3]?

-No, ¡odiaba esa costumbre! Siempre decía: “Mascar tabaco es un asco, antes muerto…”

-Bueno, muerto ya está. Tendrá que practicar y acostumbrarse a chicar…

-¿Qué decís? No entiendo…

-Y… ¡como no le mandaste fósforos!



[1]/ Tranco: Por “paso”, expresión del hombre de campo, al comienzo se aplicaba a los animales, luego, por extensión, a las personas. Nota del autor

[2]/ Cuzco: Perro de pequeño porte, prácticamente inofensivo (más ruidoso que otra cosa). N. /A.

[3]/ Chicar: En la jerga popular, masticar tabaco y luego de saborearlo, salivar. N. /A.

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