martes, 26 de mayo de 2009

En silencio

En silencio

L

a cuarta compañía se encontraba acampando en una leve elevación del terreno.

Las órdenes eran terminantes; nadie debía ingresar al área demarcada sin ser identificado y autorizado previamente.

Después del horror causado por el vuelco del automóvil, lograron calmarse un tanto. La cosa ya no parecía tan grave.

El padre tenía un golpe en el pecho y la pierna derecha fracturada; madre e hijo, un joven de unos quince años, sólo presentaban pequeños rasguños y excoriaciones sin importancia.

Auxiliaron al hombre, liberándolo de su incómoda posición y le realizaron una cura de emergencia, procediendo con suma delicadeza para no incrementar el agudo dolor de la extremidad lesionada.

En todo momento ambos esposos cambiaban expresiones de dolor con palabras de consuelo y aliento. La situación mejoraría cuando fuese de día, faltaba poco; la tenue claridad en aumento insinuaba la próxima aparición del sol.

Acomodaron con gran esfuerzo al herido dentro del coche y luego el muchacho inspeccionó brevemente los alrededores en procura de ayuda, lo rodeaban soledad y silencio. No obstante, creyó vislumbrar tras el follaje de los árboles cercanos el resplandor de una luz y sonrió esperanzado. No parecía lejana. Acercándose al vehículo indicó con gestos que buscaría quien los socorriera, un ademán afirmativo de la cabeza materna fue la respuesta. Se alejó un tanto encorvado y tambaleante por el dolor e internándose entre los árboles trató de ubicar la luz divisada momentos antes.

El centinela paseaba lentamente, luchando contra el sueño y el aburrimiento. Nunca pasaba nada. Dentro de poco finalizaba el turno de guardia. Al fin podría descansar y fumar un cigarrillo. Eso le hacía falta... ¡un cigarrillo!

Percibió un suave chasquido, como el producido por una rama al quebrarse, y aguzando los sentidos al máximo distinguió con absoluta claridad un cuerpo que avanzaba agazapado, intentando pasar inadvertido.

-¡Alto! ¡Santo y seña! –vociferó-. ¡Deténgase! ¡Deténgase o disparo!

Reinó un silencio de muerte.

Repitió la consigna, y ante la total indiferencia del sujeto, que desoyendo la orden continuaba su avance, abrió fuego. El intruso rodó sin un gemido y quedó inmóvil.

De inmediato se presentó el oficial de guardia. Notificado de los hechos, procedieron rápidamente a retirar y ocultar el cuerpo del infortunado merodeador.

En el escenario del accidente los esposos se sobresaltaron al escuchar los disparos. Atemorizados, tras aguardar en vano un tiempo prudencial el regreso del joven, decidieron que la mujer lo buscara por las inmediaciones.

La pobre madre realizó esfuerzos sobrehumanos, caminando en todas direcciones con desesperación. Los arbustos cobraron tributo en sus carnes y en sus ropas. Casi arrastrándose, gimoteando angustiada, descubrió una pequeña senda ascendente y se dispuso a seguirla.

El destino, únicamente el destino, guiaba sus pasos.

Al aproximarse al puesto de vigilancia, el oficial a cargó la interceptó.

-¿Qué busca, señora?

-Tuvimos un accidente, mi esposo está herido de consideración; nuestro hijo fue en procura de socorro y no ha regresado. Tememos que le haya ocurrido algo.

Ambos militares cambiaron disimuladamente una mirada de complicidad.

-Señora, si desea podemos salir a buscarlo; la ayudaremos. Dígame, ¿cómo es que no grita pidiendo ayuda si está extraviado? Y usted... ¿Por qué no lo llamó en ningún momento?

-¿Para qué, señor? Sería inútil. Mi hijo es sordomudo.

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