martes, 26 de mayo de 2009

Viaje a la libertad

Viaje a la libertad

L

as ametralladoras tabletearon toda la noche.

Los desdichados permanecían ocultos en una zanja llena de barro maloliente; huían del horror, de la muerte. Un joven matrimonio, sus dos niños y el anciano, caminaron dos días bajo una intensa nevada. El abuelo avanzaba con lentitud, las muletas se hundían en el lodo, dificultando la marcha. Con el corazón galopando como un potro desbocado, se acercaron a Montreux-Vieux, destino escogido por la familia. Desde allí se veía el pueblo.

La “Línea Maginot”[1] vigilaba celosamente la frontera, prestando ayuda a miles de refugiados; del otro lado estarían a salvo.

A media noche amainó la tormenta. Comieron lo último que tenían -unos trocitos de chocolate- y durmieron un par de horas.

Amanecía; era el momento; en minutos llegaría la primera patrulla alemana y luego sería imposible cruzar. El viejo, salió reptando de la zanja.

-¡Vamos, vamos a la libertad! -su grito vibró en el aire de la gélida mañana. Aprovechando la pronunciada pendiente del terreno, puso todas sus energías en el impulso y pasó velozmente bajo la alambrada. Los demás lo imitaron.

Limpiándose los arañazos producidos por las púas del alambre espinoso, besó el suelo francés gritando entre sollozos: “¡Libres! ¡Gracias a Dios! ¡Libres!”

Del otro lado, implacable, la guerra. La incomprensión y el odio elevados a su máximo exponente.



[1]/ Línea Maginot: sistema de fortificaciones defensivas construidas en el noreste de Francia durante la década de 1930; recibió tal denominación en honor del ministro de Guerra francés André Maginot; que fue quien la propuso e instaló. Nota del Autor.

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