martes, 26 de mayo de 2009

Seguro de vida

Seguro de vida

1 De regreso

L

os periodistas aguardaban en la sala VIP del aeropuerto.

Con su habitual cortesía, Rafael Guerra, brindaba al regresar una conferencia de prensa.

-Señores –comenzó el viejo investigador-, conocí a un excelente artista plástico y estoy ansioso por mostrárselo al mundo.

-De “La voz de la Ciudad” –un joven, de rostro pálido, micrófono en mano, se adelantó un paso-. ¿Dónde está ese genio?

-Recluido en una remota isla del Pacífico, dedicado por entero a darle colorido y belleza a la vida. Traigo un par de obras suyas excelentes para exponerlas en breve en una importante galería.

Agregó que su amigo realizaría próximamente una serie de muestras y posiblemente se estableciese definitivamente entre ellos.

La noticia cobró estado público: radio, televisión y medios gráficos se encargaron de ello y el ex policía no escatimó lugar ni momento para hablar del “pintor de la isla”, como lo denominaban.

Guerra pasó su vida en la policía, llegando a ocupar el cargo máximo de la fuerza. Años después de jubilarse, al fallecer su esposa, decidió retirarse y fundó una compañía de investigaciones, dotándola de los últimos adelantos científicos y reclutando los mejores elementos humanos. Para ello convenció e incorporó a Edgardo de la Riestra, subalterno suyo, joven oficial de grandes capacidades deductivas, sin duda el mejor que había conocido en su larga carrera profesional.

Varios años después, al verlo tan entusiasta y dispuesto, le dio participación como socio al cincuenta por ciento, otorgándole amplios poderes, y a partir de ahí todo pasaba por él. Un buen día Rafael, cansado de la rutina, resolvió abandonar definitivamente la compañía y cedió su parte al joven. Así, de la noche a la mañana, como quien dice, Edgardo pasó a ser el único titular y director de la agencia.

Cuando el viejo comisario partió a recorrer el mundo, surgieron ciertos rumores indicando su descalabro financiero; otros, por el contrario, le adjudicaban un capital exorbitante, poco concordante con sus ingresos. Y ahora, tras más de diez meses recorriendo el globo, regresaba feliz y contento.

2 El artista

Al fin llegó “el pintor de la isla”. Aunque intentaba mostrarse simpático y deseoso de agradar, parecía retraído, como inmerso en un estado de continua meditación.

Al ser interrogado por los periodistas, las respuestas fueron escuetas, medidas, sin comentarios o agregados. No obstante su afabilidad, los presentes tuvieron la sensación de que intentaba terminar el acto cuanto antes. Algo natural, si tenían en cuenta el prolongado viaje realizado. Posiblemente esa aparente indolencia fuese producto de la fatiga.

Llevaban algunos minutos registrando sus declaraciones cuando llamaron al viajero; debía verificar varios bultos a su nombre, rotulados: ¡PRECAUCIÓN! ¡OBRAS DE ARTE! ¡MUY FRÁGIL!

Apenas se retiró recibieron en la mesa coordinadora de prensa una llamada del ex comisario excusándose, un problema de tránsito le impedía llegar al aeropuerto.

El recién llegado se mostró sorprendido y contrariado; luego, moviendo la cabeza con resignación, prosiguió atendiendo a los reporteros.

3 La muestra

Trabajaron a un ritmo vertiginoso. Cada cual aportaba lo suyo Tan pronto el viejo policía aparecía por televisión, como Furiol Yamihara, el artista plástico, era asediado por un enjambre de fotógrafos.

La ciudad y el país dieron en hablar del notable pintor, anticipando con sus comentarios la inminente exposición. Programada y organizada con una pasión y entusiasmo pocas veces vistos, se generó una enorme expectativa. Cada detalle era minuciosamente estudiado y resuelto, para evitar sobresaltos e improvisaciones.

La dinámica de las actividades imponía una velocidad y esfuerzos excesivos, no permitiéndoles compartir entrevistas o reuniones. Para cumplir con los múltiples compromisos se vieron en figurillas, debiendo separarse y trabajar en forma simultánea. Así, a un ritmo frenético, arribaron a la fecha clave.

Sin embargo, un contratiempo torció sus planes, faltando dos días para el evento. Como consecuencia del remojón sufrido una tarde lluviosa, Rafael cayó en cama, impidiéndole estar en la apertura de la exposición. Su amigo, en el discurso inaugural, tuvo palabras muy elogiosas para él y le deseó un pronto restablecimiento.

La muestra resultó exitosa y en su transcurso se concretaron interesantes ventas, permitiendo a la vez al artista efectuar importantísimos contactos con colegas, críticos y personalidades destacadas del Arte y las Ciencias.

Lamentablemente, Rafael sufrió una serie de complicaciones y permaneció en reposo durante el desarrollo de la misma; debiendo conformarse con observar los distintos pasajes emitidos por televisión.

4 Celebraciones

Por fin, tras la reclusión obligada impuesta por una bronconeumonía, el viejo comisario pudo volver a la calle. Otra vez, mientras Yamihara desfilaba ante las cámaras y concedía entrevistas a los medios, él ponderaba las virtudes de su amigo en las altas esferas de la sociedad, círculo en el que se movía hacía años con la misma soltura y habilidad del pez en el agua.

Una madrugada llegó Guerra con su automóvil ante el restaurante más elegante de la ciudad, donde los efectivos policiales festejaban su día.

Aun después de su retiro, seguían considerándolo el jefe, en todo momento lo nombraban así y obedecían sus sugerencias, como si realmente continuase al mando. Al detener el vehículo aparecieron varios oficiales de alta graduación, invitándolo a entrar y compartir un brindis.

-Lo haría de mil amores, pero, ¡fíjense en el asiento trasero! -Lo hicieron y vieron un bulto cubierto por una manta-. Mi amigo tomó en exceso y se siente mal, por suerte está dormido. Lo siento. Sigan festejando. Buenas noches -tras esta disculpa, puso en marcha el automóvil y partió.

5 Secuestrado

En la tarde siguiente Rafael se presentó en la Jefatura de Policía. La noticia cayó como una bomba. Furiol había desaparecido.

-Salió en mi automóvil, adujo una cita con una dama, ignoro adónde pensaba ir.

Con estas palabras el ex jefe expuso el caso. Inmediatamente irradiaron mensajes a las distintas reparticiones y dependencias, estableciendo un riguroso control, un “operativo cerrojo”[1] en carreteras y aeropuertos, contemplando la posibilidad de un secuestro y posterior traslado de la víctima.

Rafael se instaló en la Jefatura, convirtiéndose automáticamente en el jefe de las operaciones. Aun con la reserva impuesta, la noticia trascendió y, como era de prever, los periodistas se trenzaron en dura competencia procurando información.

En pocos días se conocieron vida y milagros del famoso pintor, la mayoría de las veces a través de las declaraciones de Guerra, quien desplegó una intensa actividad, lanzado de lleno a la tarea investigativa; según la prensa, “como en sus mejores épocas”.

Transcurrida una semana sin novedades, una noche recibieron la primera llamada de los secuestradores; exigían un abultado rescate a cambio de la devolución con vida del artista plástico.

Enterado el comisario Guerra, manifestó que estaba dispuesto a pagar, si tenía una prueba fehaciente de la salud de su amigo, condición indispensable para continuar las negociaciones.

Desde ahí, la investigación murió. Las detenciones y allanamientos llevados a cabo no dieron resultado y comenzó a circular cada vez con mayor insistencia el rumor de que Yamihara habría sido ejecutado.

Se creó una comisión especial integrada por los mejores elementos y bajo las órdenes del antiguo jefe se dedicó en exclusiva al resonante caso.

Salían a recorrer la ciudad, más como un movimiento desesperado, librado al azar, que como un operativo táctico organizado. Divididos en grupos, hacían ostentación de fuerza, pretendiendo imponer la idea de un plan meticulosamente concebido, cuando en realidad iban con la esperanza puesta en un par de soplones que brindaban información a cambio de dinero. Muchas veces, a través de éstos se lograron datos interesantes, permitiendo esclarecer hechos aparentemente insolubles.

Rafael se apartó y comenzó a visitar pequeños negocios, la mayoría de ellos tugurios dedicados a levantar apuestas clandestinas y otras actividades similares.

Recorrió uno tras otro esos sitios tan conocidos por él. Allí, casi siempre, terminaba encontrando un informante.

Los delincuentes establecieron un nuevo contacto, poniendo al habla a Furiol para que cambiase unas palabras con su amigo y lo persuadiera de pagar. Lamentablemente, Guerra había salido poco antes con una patrulla.

6 El seguro

Un año después, el caso se enfrió, pasando casi al olvido.

Sin embargo, la situación comenzó a mostrar un cariz distinto. Al misterio existente sobre el paradero del pintor se sumó la investigación promovida por una importante compañía aseguradora. Edgardo de la Riestra, contratado para dilucidar el caso, se abocó de inmediato a estudiar todos los pormenores. En pocos meses, de acuerdo al contrato existente entre la aseguradora, Furiol y Guerra, el primero sería dado por muerto, y como consecuencia, el ex policía percibiría en concepto indemnizatorio una cifra varias veces millonaria. Ambos habían celebrado convenios similares y eran recíprocamente beneficiarios exclusivos.

Edgardo trabajaba a destajo, de no hallar la solución pronto, su amigo y antiguo jefe cobraría el monto de la prima y él perdería sus honorarios.

Según lo pactado, recibiría una suma importante si aclaraba las cosas satisfaciendo los intereses del cliente; de fracasar, no vería un céntimo.

Lamentaba, eso sí, tener que enfrentar e investigar a quien estimaba y de quien había aprendido tanto, a través de sus enseñanzas y ejemplos. El jefe Rafael. Un ser íntegro, desinteresado, honrado a carta cabal. ¡Excepcional! Casi su padre. El mejor hombre que había conocido.

7 La investigación

Comprendió que se encontraba en un callejón sin salida. No tenía de dónde asirse para empezar. La tarea se presentaba sumamente ardua. Le ocurrió igual en otras ocasiones, pero a poco de andar apareció un indicio, un leve resquicio en la historia que permitió ir armando el rompecabezas, esta vez era diferente.

Accedió a una serie de objetos personales de Yamihara: pasaporte, tarjetas de crédito, resúmenes bancarios, correspondencia, fotografías, etc. Los estudió concienzudamente sin encontrar nada que pudiese orientar sus pasos. Tenía la plena convicción de enfrentar el caso más difícil de su carrera. E intuía también que la solución era simple y estaba a la vista. De tan obvia, pasaba ante ella sin advertirla; le faltaba abrir bien los ojos y mirar en la dirección correcta. Este pensamiento lo obsesionaba y no debía ni deseaba descartarlo, rara vez se equivocaba.

8 El asesinato

No podía dar crédito a sus ojos. Allí, en la oscuridad de la noche, se veía perfectamente cómo él arrojaba al río el cuerpo de Furiol.

-¡No! ¡No puede ser! ¡Es una impostura, una verdadera infamia!

Su acento desesperado sonaba convincente. Sin embargo, la pantalla mostraba el hecho en todos sus detalles. Hasta la matrícula y el color del coche se distinguían claramente. No existía la menor duda, Rafael era el asesino de Yamihara. El vídeo lo atestiguaba.

-Esta película fue lograda por un muchacho que paseaba a la orilla del agua. Creyó ver algo raro y dedicó su tiempo y su cámara a registrarlo.

-Sigo sosteniendo que es una burda farsa, una vulgar patraña -respondió el viejo policía, indignado-, me extraña de ti, Edgardo, el discípulo más sobresaliente que tuve, recurriendo a estos sucios trucos para salvar tu ineficiencia, me sorprendes mucho. Jamás lo habría imaginado. Tu falta de capacidad te llevará por mal camino. ¡Quién lo hubiese dicho! ¡Nunca hallarán el cadáver; ni tú, ni nadie! ¿Sabes por qué? ¡Porque no existe…!

Ante tan indignada y enérgica protesta, Edgardo masculló unas palabras ininteligibles, excusándose, y salió de la sala.

Camino a la oficina barajaba mil conjeturas e hipótesis, a cual más descabellada. La filmación, hecha con todo detalle por un par de artistas profesionales contratados por él no había arrojado el resultado apetecido. Rafael era inocente, ¿o se trataba de un consumado simulador, capaz de sostener su fingida inocencia hasta las últimas consecuencias? Pensó al idear el asunto que ante esas imágenes tan claras y contundentes, se desmoronaría, acabando por confesar el crimen. Subestimó al maestro, le quedaba mucho por aprender de él.

9 Sin salida

Cada día transcurrido era un paso más hacia el final, el tiempo expiraba; dentro de poco Guerra reclamaría un dinero que… incuestionablemente, le pertenecía.

Edgardo se desesperaba, la punta del hilo no aparecía, las cosas estaban más embrolladas que al comienzo de la investigación, si podía llamarse así a esa lamentable pérdida de tiempo. El caso volvió a adquirir inusitada notoriedad en la opinión pública, estimulada por la prensa, que no tenía otro tema en las últimas semanas.

El joven detective resolvió rehacer los pasos, comenzar de cero. Sabía que estaba pasando por alto un detalle o una serie de ellos, simples, insignificantes, pero fundamentales para esclarecer el enigma. Dispuesto a no distraerse con datos o informaciones de terceros, que inevitablemente volverían a llevarlo a un callejón sin salida, repasó todas y cada una de las palabras, documentos, fotografías y cuanto papel, conversación, grabación o programa tuviese relación, directa o indirecta con el caso y sus protagonistas. Prestó especial cuidado a las entrevistas, los múltiples reportajes realizados a uno y otro. Su cerebro fue registrando un enorme caudal de detalles, tratando de ensamblarlos uno a uno, como las piezas de un intrincado rompecabezas.

10 Un nuevo camino

Guerra declaró públicamente haber recibido llamados intimidatorios, exigiéndole se declarase culpable del homicidio; agregó que mal podía hacerlo, toda vez que era inocente y desde la lamentable desaparición de su amigo él pasó a ser otra víctima y la inmensa mayoría de la sociedad, su verdugo.

Una de tantas madrugadas encontró al joven investigador; exhausto, decidido a claudicar, cuando de pronto su semblante reflejó la luz de una sonrisa, síntoma inconfundible de que avizoraba el buen camino y el inminente desenlace de la complicada trama. “¡Qué ingenioso! –pensó- jamás se me hubiese ocurrido”.

A partir de ahí redobló sus esfuerzos, ahora disponía de elementos para trabajar y disipadas las tinieblas, la certeza de resolver el misterioso asunto le daba nuevas energías. Pisaba terreno firme, estaba segurísimo. Fue acumulando evidencia sobre evidencia y libre de la venda que cubría sus ojos al comienzo, vislumbró la historia en toda su magnitud. Sólo una mente brillante -diabólicamente brillante- pudo imaginar y organizar con tanta perfección cada detalle.

Estudió el pasaporte de Furiol, piedra fundamental de la investigación, y soltó una estentórea carcajada. “¡Descubrí la treta…! Si seré idiota –rió con ganas-, estando la evidencia ante mis ojos… ¡Cuánto me costó verla!

11 El antídoto

Multiplicó las horas dedicadas al asunto, tenía las cartas de triunfo en las manos y las usaría ventajosamente. Preparó la última jugada, contando con la participación de los mismos artistas que simularan el asesinato. Desarrolló un plan meticuloso, ¡perfecto! Tenía la partida ganada.

El factor sorpresa era fundamental, no podía fallar. Lo inesperado siempre impacta y esta vez no sería la excepción. Las pesquisas lo llevaron a comprender la siniestra trampa, más propia de un demente que de una mente lúcida, pero satánica al mismo tiempo. Un ser normal no pondría en marcha un plan tan maquiavélico, desquiciado e ilógico. Claro, un ser normal no lo haría, pero él, sí.

No salía de su asombro…

En la quietud de la noche repasó los hechos, desde el arribo de Rafael tras su periplo por el mundo hasta el momento del secuestro.

Todo obedeció a un plan elaborado concienzudamente y por último, presentado en el “escenario”.

Debía neutralizar lo hecho por su antiguo jefe, pero un sentimiento de compasión y lealtad le impedía obrar con la energía y el rigor correspondientes. Eximiría del pago a su cliente, anulando las pretensiones de Rafael y luego, le dejaría escapar.

12 La sorpresa

Caminaba distraído, sin prisa, en pocos minutos la compañía aseguradora iba a transferir el dinero a su cuenta en Suiza. Una suma considerable. El plan había dado sus frutos, valió la pena arriesgarse. Comenzó a desarrollarlo con cierta aprensión y ahora se disponía a cosechar el fruto de su esfuerzo.

Ensimismado, concentrado en estos pensamientos, llegó ante las oficinas de la casa central de la empresa, ubicada en la planta baja de un imponente edificio.

Con paso mesurado, avanzó hacia la entrada, donde un portero uniformado procedía a verificar la identidad de cada visitante.

Abrió el maletín y extrajo la notificación recibida. En el instante de alargársela al uniformado, Furiol salió sonriente.

-Hola Rafael, te aguardo en lo del Griego –hizo un simpático guiño al viejo policía y se alejó.

Guerra miró perplejo al pintor y el relámpago de una mueca rabiosa iluminó su semblante. El castillo de naipes se desmoronaba… ¡Estaba derrotado!

Sonriendo, en su automóvil, De la Riestra contempló al actor y dijo para sí: “¡Furiol, Furiol! Este artista podría ganar el Oscar. ¡Sin duda lo merece!”

Encendió el motor y partió, debía redactar sus conclusiones del caso y el informe para la aseguradora.

Conclusiones

Comenzó a escribir:

Me obsesionaba una teoría descabellada, ¡loca!, como toda la historia.

¿Podrá ser…? –Dudaba… y sospechaba-, era todo tan desquiciado…

Me sentí derrotado. Quedaba un último recurso: reinvestigar; arrancar de cero. Por lo tanto, deseché empecinado testimonios aceptados y conductas acreditadas.

Había contemplando sólo los hechos, ahora haría un cálculo de probabilidades y protagonistas.

¿Por dónde arrancar…? ¡Mi Dios…! ¿Por dónde?

Mis primeros pasos fueron a ciegas. Claro, los primeros, luego…

Nunca se mostraron juntos y eso me tuvo intrigadísimo, desorientado.

Buceé en las profundidades –podría decir- y al cotejar los pasaportes de Furiol y el ex policía lancé el grito:

¡Eureka! ¡Las huellas dactilares se corresponden! ¡Concuerdan!

¡”Eran” la misma persona! Es decir… ¡”Son” una sola persona!

¡Un genio inigualable! ¡Admirable de verdad!

Llegó incluso a representar una excelente comedia ante la superioridad policial: “Mi amigo tomó en exceso y se siente mal, por suerte está dormido”. Lo señaló en el asiento posterior del coche; seguramente un motón de ropa.

Valiéndose de mil artimañas, creó e impuso la falsa personalidad del inexistente pintor, personificándolo él mismo.

Habrá realizado desesperados esfuerzos para adquirir ese tono de voz tan peculiar, con las consabidas deficiencias prosódicas, y tras una intensa práctica, lo consiguió.

“¡Cuánto me falta aprender! – se dijo, dio otro sorbo al coñac, retiró de la máquina la hoja con el informe, hizo un bollo con él y lo arrojó al cesto de los papeles-. Total… ¿A quién puede interesar esta historia? ¡Es súper aburrida! ¿Verdad?”.



[1]/ Operativo cerrojo: Expresión de la jerga policial, refiriéndose al control y cierre de los caminos. N. /A.

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